Voces del Periodista Diario

Brutalidad policiaca: Floyd y mexicanos

Joel Hernández Santiago

 El 8 de junio de 2010, un niño mexicano de 14 años, Sergio Adrián Hernández, recibió un balazo que disparó desde el lado estadounidense un agente de la Patrulla Fronteriza de aquel país. Lo mató en el acto. 

 El cuerpo del muchacho quedó tendido del lado mexicano bajo el Puente Negro, en Ciudad Juárez, a la vista de decenas de personas. Tiempo después, el agente fue exonerado por la justicia estadounidense toda vez que argumentó que el muchacho los amenazó con una piedra que podía poner en riesgo su vida. 

 El lunes 1 de junio de ese mismo año, el migrante mexicano, Anastasio Hernández Rojas, falleció en San Diego tras recibir una lluvia de golpes y descargas eléctricas por parte de agentes fronterizos. No pasó nada en ley. 

 El 22 de noviembre de 2018 en Arizona, EUA., un jurado local absolvió al agente fronterizo Lonnie Swartz, del homicidio por matar a tiros a un adolescente mexicano a través de la frontera en 2012.  

 Los jurados declararon a Swartz inocente de homicidio involuntario. La víctima era José Antonio Elena Rodríguez, de 16 años. Los fiscales dijeron que Swartz ‘estaba frustrado por los reiterados incidentes de personas lanzando piedras desde el otro lado de la frontera contra los agentes para distraerles del ingreso de contrabandistas de personas. Dicen que Swartz perdió la compostura y mató a tiros a Elena Rodríguez. El agente hizo unos 16 disparos y al menos 10 de ellos alcanzaron al adolescente en la cabeza y la espalda.’

 El 21 de agosto de 2015 dos hombres en Boston golpearon con un tubo a un mexicano, luego lo orinaron al grito de: “Donald Trump está en lo correcto”. Esto ocurrió a la vista de oficiales de policía que poco o nada hicieron para detener la agresión. En su declaración los agresores dijeron que lo habían hecho porque era un “vagabundo”, “hispano” y un “inmigrante ilegal”.

 En este caso, horas después el entonces candidato republicano a la presidencia estadounidense dijo: “Yo diría, que toda la gente que me sigue son muy pasionales. Ellos aman este país, y quieren que este país sea grande de nuevo”. 

 Según la Secretaría de Relaciones exteriores de México, entre 2008 y 2016, al menos 405 personas de nacionalidad mexicana fueron heridas o asesinadas por policías en Estados Unidos. “En ninguno de estos casos se han emitido sentencias en materia penal contra los oficiales involucrados.”

 Esto es: en muchos casos, la brutalidad policiaca en Estados Unidos, se ceba particularmente con afroamericanos e hispanos. Esto es y ha sido así por años. Es histórico. Ya se sabe que el racismo en EUA ha sido una de las fracturas de su cuerpo social, lo que ha llevado a que dirigentes históricos como Martin Luther King o César Chávez, lucharan por la igualdad, la justicia, y los derechos sociales y humanos en Estados Un idos.  

Pero en muchos casos, como se ve hoy mismo, el odio y el racismo no han cambiado para muchos y, por desgracia, el resultado está a la vista.  

El lunes 25 de mayo por la tarde, un grupo de policías de Minneapolis, Minnesota, detuvo a un presunto delincuente. Presunto porque aun hoy no se ha probado que fuera George Floyd quisiera comprar mercancía en una tienda con dinero falso y por lo que fue detenido. Lo hicieron de forma brutal, uno de los gendarmes lo lanzó al piso y lo sometió de forma extrema: la propició la muerte. 

 Y como ocurre: la autoridad de local intentó absolver al grupo de policías, y en particular a Derek Chauvin, el policía blanco que clavó su rodilla al cuello del afroamericano, quien perdió la consciencia y murió minutos después.  

La primera señal fue que los cuatro gendarmes habían sido despedidos –simple y sencillamente-. Con esto quedaría saldado el asunto. Los servicios periciales de Minnesota informaron que la muerte de Floyd se debió a un mal previo y que se le encontraron substancias de distinta índole.  

Pero los videos conocidos de la detención mostraban brutalidad, maldad, odio por parte de los policías y en particular de Chauvin. Esto, a la vista de todos hizo que la indignación creciera en la localidad, en el estado de Minnesota, en California y así, en adelante.  

La suma de condiciones hizo que esto creciera: la principal es el discurso racista que ha mantenido el presidente Donald J. Trump; su discurso de odio en contra de la migración y en contra de otras minorías; la exaltación de la fuerza para solucionar el problema y la acusación de que quienes están en las calles de distintos estados de la Unión Americana son “terroristas”, “malvados”, “criminales” e incita a los gobiernos estatales a “aplastar esta movilización”. 

Como quiera que sea. A todo esto subyace un grave problema que atañe a México: el del racismo de muchos en aquel país (no todos, naturalmente. Millones son gente consciente de la igualdad y prodigan afecto a nuestros paisanos allá); está también el de la confronta cotidiana de la fuerza brutal que utilizan muchos policías para agraviar y acusar a mexicanos –y en general a hispanos-; y la impunidad con la que se solucionan los problemas legales.  

El gobierno mexicano debe estar atento a lo que ocurre allá con los mexicanos. Debe ser más exigente en la defensa de sus derechos. Debe actuar con prontitud y fortaleza porque son aquellos mexicanos nuestros paisanos, nuestra sangre y nuestro esfuerzo puesto allá. Son ellos los que envían las remesas millonarias para la subsistencia de muchos en México. 

Los mexicanos allá merecen respeto dentro de la ley, bajo toda circunstancia. De otra manera el gobierno mexicano se hace y se hará cómplice de lo que le ocurre a nuestros compatriotas en tierra ajena, a la que van a buscar la vida: no la muerte. 

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