Voces del Periodista Diario

El Movimiento de los Médicos Residentes e Internos de 1964

Dr. Gabriel García Colorado*

Dr. Rodolfo Ondarza Rovira**

Nos encontramos este mes de noviembre a más de medio siglo a 57 años del inicio de la revuelta, revolución o movimiento de las batas blancas.

Un movimiento iniciado por jóvenes médicos, valientes que en un gobierno represor contó con el apoyo del resto de los trabajadores de salud, y de la sociedad mexicana.

Analicemos que fue lo que aconteció y porqué muchas de las razones de su legítima su lucha siguen vigentes, y cómo afectan esas razones al pueblo de México.

Durante la gestión del Dr. Gustavo Baz Prada en la Secretaría de Salud y Asistencia (1940-1946), en el sexenio de Manuel Ávila Camacho se realizaron avances notables en la Medicina mexicana, se fundaron la mayoría de los Institutos de Salud, se instituyó el servicio social obligatorio y se formalizó la enseñanza de las especialidades en las residencias médicas, con programas bien estructurados avalados por las universidades públicas. Se inició un programa formal de seguridad social con la creación del IMSS, se ampliaron las plazas de médicos para la SSA, el IMSS, los servicios médicos de los ferrocarrileros, los de Hacienda, los de la Armada y el Ejército, y el Estado pudo hacerse cargo de la salud de millones de mexicanos que antes lo hacían en clínicas y consultorios privados, en dispensarios e incluso en la medicina tradicional. El ser parte de los trabajadores de salud del Estado se convirtió en una opción atractiva, muchas veces en una meta laboral para los médicos y especialistas recién egresados.

Antes de los cambios generados por el maestro Baz, durante la especialización médica los médicos en formación permanecían durante años trabajando al lado de un médico de prestigio, a quien ayudaban en sus actividades asistenciales y en ocasiones docentes.

Ese formato de especialización dio paso a la enseñanza institucional formal avalada por una universidad. sin embargo, las residencias médica tenían grandes diferencias de acuerdo con el hospital sede del curso, que muchas veces sólo veía a los residentes como una fuerza de trabajo. En ocasiones las condiciones de las residencias -sitios de descanso para los médicos- eran deplorables: en los hospitales de la SSA se improvisaban habitaciones en un rincón de las salas de enfermos o incluso en las bodegas o garajes; los alimentos se proporcionaban junto con los del resto del personal, y a veces junto con los de los enfermos; por ejemplo, en el Hospital de la Cruz Roja de la Ciudad de México el comedor estaba en el sótano, que se inundaba cuando llovía, por lo que los médicos residentes no podían consumir sus alimentos.

Además se dió comienzo a los malos usos y costumbres del entorno médico como el maltrato por médicos de mayor antigüedad a los más noveles, el acoso en sus diferentes formas, a la explotación de su fuerza de trabajo, etc.; condiciones que de alguna forma se han ido extendiendo hasta nuestros días y que se refleja en la deserción, en la depresión que llega a conducir al suicidio, y en la criminalización del acto médico (esto último como parte de las estrategias para la privatización del Sistema Nacional de Salud en sexenios anteriores), condiciones que  merman la adquisición de conocimiento, atentan contra la salud de los médicos, y que son muy parecidas al trato que han recibido otros trabajadores de salud, como el personal de enfermería.

Por otra parte, el mal manejo administrativo y las consecuentes pésimas condiciones de enseñanza y de trato hacia los médicos en adiestramiento repercutían no únicamente en su desarrollo personal y profesional, sino también directamente en la calidad de atención de sus pacientes.

Pero no hay mal que dure cien años, ni médico que los aguante.

Una de las páginas gloriosas, -aunque de las menos comentadas- en la historia reciente de México, es el movimiento social, originado por jóvenes médicos; residentes e internos que plantearon al gobierno como mejorar sus condiciones de trabajo, éste se inició en la  Ciudad de México y pronto se extendió al resto del país, evento que aconteció entre 1964 y 1965, fue un suceso que sin duda, podemos afirmar es un importante antecedente de lo vivido unos años después en el movimiento estudiantil de 1968.

Todo inició con un legítimo reclamo de los médicos residentes e internos del hoy Centro Médico Nacional 20 de Noviembre del ISSSTE, las autoridades de dicho hospital por una terrible omisión, les habían dejado de pagar, en el año de 1964, el aguinaldo marcado por la Ley, que además había sido prometido por las autoridades sanitarias del país. Ante la falta de respuesta del director del nosocomio (el Dr. José Ángel Gutiérrez, confirmó la disposición de cancelar los aguinaldos, con el argumento de que eran becarios, y no trabajadores de la institución), los médicos afectados decidieron hacer un paro de labores (no huelga), y paralelamente formaron la Asociación Mexicana de Médicos Residentes e Internos (AMMRI), cuyas demandas eran tan fáciles de resolver que el crecimiento de esta movilización solamente es entendible en el gobierno del autoritario e iracundo Gustavo Díaz Ordaz, su “pliego petitorio” eran mínimos y fundamentales, algo que el simple sentido común y la justicia hubieran resuelto de manera inmediata: 1) La restitución total en sus puestos, sin represalias, 2) Revisión legal y cambio de los términos del contrato-beca, en el sentido de lograr contratos de trabajo anuales, renovables y progresivos, con el horario y características acostumbrados en cada institución además de determinación de sueldos base, 3) Preferencia para ocupar plaza de médico adscrito a los residentes egresados de las propias instituciones, 4) Participación activa del residente en la elaboración de los planes de enseñanza, y 5) Resolución de los problemas de cada hospital.

En diciembre de 1964 se informó que 23 hospitales de la Ciudad de México y 20 del interior del país ya se habían agregado al paro. En este comunicado y en una carta dirigida al Presidente de la República se dieron a conocer los nombres de los dirigentes de la AMMRI: Guillermo Calderón Rodríguez, Abel Archundia García, Roberto Pedroza Montes de Oca, Fernando Herrera, Roberto Sepúlveda y Oralia León.

Para nosotros, no fue un movimiento de orden laboral, ya que tanto los internos, como los residentes carecían de un contrato y tampoco contaban con la defensa de sus derechos al trabajo, de tal manera que a nuestro parecer se trató de un evento en el que solamente se pretendía el reconocimiento a su gran labor, a su desmesurado esfuerzo cotidiano y eventualmente a tener alguna preferencia de contratación frente a los médicos provenientes de otras instituciones. Es de hacer notar que no pedían incrementos de salario, ni disminuciones en las jornadas de trabajo, solamente una razonable aceptación a su ayuda en las labores del hospital. Se trataba de una mínima defensa a derechos humanos fundamentales.

La belicosa reacción de las autoridades del país, estuvo ligada al violento carácter del presidente, pero consideramos que tampoco podemos olvidar que el escenario político del país, y del mundo, era por si mismo convulso, debido a diversos procesos que se habían generado en aquellos años, y casi simultáneamente surgían en el país otros problemas.

Por un lado, la sociedad mexicana había atestiguado las obscenas y violentas respuestas del gobierno mexicano a los movimientos del Magisterio, al del Sindicato de Trabajadores Petroleros, de la Alianza de Telegrafistas y al del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana, los cuales menos de cuatro años antes originaron despidos, encarcelamientos, asesinatos, desapariciones forzadas, sumadas a mentiras del Ejecutivo; aunque la presión social dio cauce a cambios en la política laboral, al impulso de las prestaciones en materia de salud y de seguridad social, así como al otorgar más fuerza a los líderes sindicales afiliados con el Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Ese año, se vio un primer intento de democratizar al partido en el poder, encabezado por el político tabasqueño Carlos Madrazo Becerra, el cual culminó con su asesinato y el de otras 78 personas, incluyendo a su esposa, en un acto deliberado para acabar con el creciente partido que él había creado: Patria Nueva.

También en 1964 hubo un intento de los diputados federales del PRI, para poderse reelegir lo que en ese momento era contravenir los supuestos ideales del PRI, ya que la no reelección, la defensa del petróleo, la defensa de la laicidad en la educación y la libre determinación de los países, eran las más sólidas banderas que enarbolaban los hijos de Plutarco Elías Calles, hoy no solamente abandonadas, sino traicionadas por los gobiernos de Vicente Fox, Calderón y Peña Nieto, apadrinados por la égida de Carlos Salinas.

En ese mismo año, la lucha campesina en el estado de Chihuahua comenzaba a ser más fuerte, el caso era que la burguesía latifundista; ganadera, minera y maderera de Chihuahua, ya tenían en su poder 3.7 millones de hectáreas, sólo entre poco más de un centenar de familias. Un grupo de personas armadas, a las que se les llamó guerrilleros intentaron tomar las instalaciones militares de Ciudad Madera, lo que llevó a una represión intensa en todo el país.

Los nuevos latifundios, desmembrados una décadas antes por el Presidente Lázaro Cárdenas, en ese momento eran más grandes, las familias poseedoras más poderosas y las ambiciones eran desmedidas.

La rapaz ambición priísta evidente ya en los 60´s, en franca connivencia con la plutocracia, no cesó sino que se incrementó en las décadas ulteriores, como muestran fielmente, los siguientes datos: Los ex presidentes Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa otorgaron en concesión 97 millones 800 mil hectáreas a empresas mineras nacionales y extranjeras, cantidad 30 veces superior a la que dio origen el levantamiento de Ciudad Madera. En tanto, en el sexenio de Enrique Peña Nieto se concesionaron 9.9 millones de hectáreas y en el del patrón del PRI, Carlos Salinas de Gortari fueron entregadas 8.9 millones.

El inicio del movimiento social encabezado por los médicos, era en realidad una legítima petición al Estado Mexicano, y muy particularmente a las autoridades del Sector Salud, no había otras pretensiones sino cobrar su aguinaldo y eventualmente reducir las largas y penosas jornadas, a las que se sumaban guardias de castigo, ante cualquier falta argumentada por los médicos adscritos, y que eran y siguen siendo penas injustas, que atentan no solamente contra las leyes laborales, sino a la dignidad y salud de los médicos, que pueden derivar en negligencia o errores médicos con los pacientes simplemente por cansancio o por alteración del estado anímico.

Para ese año de 1965, el ISSSTE, que estaba ubicado principalmente en el entonces  Distrito Federal, contaba apenas con 366,419 derechohabientes, en donde laboraban 4,128 médicos adscritos, los que realizaban sus funciones en el horario matutino, y solamente un bajo porcentaje en los horarios vespertino y los fines de semana, por lo cual los residentes eran indispensables para la atención de los usuarios, y en segundo término los internos, que realizaban una labor de apoyo a los médicos que estaban en formación como especialistas, motivo por el cual fue una barbaridad, tanto el olvido del director del Hospital 20 de Noviembre, como la respuesta inmediata que tuvo este modesto intento de recobrar sus magros derechos y obtener algún privilegio.

Paralelamente es una paradoja que ante el bajísimo número de egresados de las escuelas y facultades de medicina en el país, no hubiera una política social y humanitaria de reforzamiento a los jóvenes recién egresados. Como muestra de lo anterior en México había al inicio del siglo 9 escuelas de medicina en el país, dos en la Ciudad de México (UNAM y la Escuela Nacional de Homeopatía), la Universidad de Guadalajara en Jalisco, una en Oaxaca, una en Nuevo León, la de San Luis Potosí, la de Yucatán, en Puebla y la de San Nicolás de Hidalgo en Michoacán. En la primera mitad del siglo surgen 8 más y 7 hasta el año de 1967, es decir 22 escuelas en total. La escuela de medicina de la Universidad Autónoma de Hidalgo ya existía pero no graduaba a sus alumnos ya que terminaban su formación en la UNAM.

De alguna manera la violencia ejercida contra los alumnos propició que las familias acaudaladas en respuesta y para proteger a sus hijos ayudaron a la creación de  escuelas privadas, de dos en 1965; la Universidad Autónoma de Guadalajara y la Libre de Homeopatía, en unos pocos años se multiplicarán creando las escuelas de medicina del Tecnológico de Monterrey, la Universidad Anáhuac, la Universidad la Salle, la UPAEP, la Universidad Panamericana, la Universidad de Monterrey, el Centro de Estudios Xochicalco, la Universidad Cuauhtémoc, la Universidad Westhill, la Universidad Tominaga Nakamoto, la Universidad Quetzalcóatl, Universidad de las Américas, Universidad Justo Sierra, Universidad del Noreste de Tampico, Universidad Hipócrates, Universidad Guadalajara Lamar, Universidad del Valle de Atemajac, Universidad Vasco de Quiroga, Instituto de Ciencias y Estudios Superiores de Tamaulipas, Universidad de las Américas, Universidad México Americana del Norte, A.C., Universidad Cristóbal Colón y muchas más, incluyendo el que algunas tienen más de dos planteles.

En un principio el débil incremento de médicos fue compensado con el trabajo de los internos de pregrado y de los residentes, así como con la ampliación del servicio médico social a un año.

El inicio del conflicto como ya mencionamos, se debió a que los residentes e internos del Hospital 20 de Noviembre, no recibieron su aguinaldo e iniciaron un paro de labores. Los reclamos tuvieron resonancia entre los hospitales Juárez, Colonia de los ferrocarrileros, y muy especialmente en el hospital escuela más grande del país, el Hospital General de México, formaron la Asociación Mexicana de Médicos Residentes e Internos (AMM).

Los directores de estos nosocomios tuvieron que negociar, pero en muchos casos prefirieron amenazar a los jóvenes con diversas sanciones, el 18 de diciembre de 1964, después de un proceso de diálogo y confianza, las autoridades sanitarias prometieron cumplir con las demandas señaladas en este documento y se levantó el paro.

Debe señalarse que la organización del movimiento fue seguida por instrucciones del Ejecutivo por parte de la policía política, -la Dirección General de Seguridad-, lo que ha quedado debidamente acreditado, ya que la política del gobierno de Díaz Ordaz dictaba no al atender los problemas que surgieran por el motivo que fuese brindando una solución inteligente al origen del problema, sino subordinar la capacidad resolutiva a instancias represivas (SEGOB, CISEN y similares), por lo que las reuniones con autoridades sanitarias nunca fructificaron.

El poco contacto de las instancias escogidas por Díaz Ordaz, aunado a su escaso conocimiento de las causas del movimiento y el creciente repudio a quienes consideraban como pequeño burgueses, complicó tremendamente el segundo paro de labores.

Algunos burócratas de alto nivel informaron que se levantarían actas por abandono de empleo en contra de los becarios que prestaban servicios en los hospitales de emergencia y que no se habían presentado a trabajar en los últimos días. Además, los sindicatos oficiales y diversos funcionarios del gobierno iniciaron un ataque mediático contra el movimiento, al considerar las demandas desproporcionadas y los motivos del movimiento distorsionados por injerencias externas (misma mentira que llevó unos años más tarde al crimen cometido en contra de millares de estudiantes. y el asesinato de más de 500 en Tlatelolco).

El sempiterno líder, Fidel Velázquez en nombre de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) condenó el Movimiento Médico considerándolo fuera de la ley, y de acuerdo a él por no haber seguido el curso que debían seguir los reclamos de los trabajadores. En ese mismo sentido fueron las declaraciones de la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos (CROC), que señaló: “Los médicos tienen la obligación de aportar su sabiduría profesional en beneficio de la humanidad doliente y no sólo por recibir un salario, muy superior al del resto de mexicanos, por lo que el paro o huelga es improcedente”, aunque el salario de los médicos residentes era de tan sólo 400.00 pesos muy inferior al salario mínimo de la época de 900.00 pesos más prestaciones.

La injusta y desmedida represión contra los médicos residentes e internos, despertó la solidaridad de las sociedades médicas, de muchos médicos de las instituciones de salud y seguridad social, así como de sus padres, las enfermeras y otros profesionales de la salud que se mostraron abiertamente simpatizantes del movimiento, lo que recrudeció las conductas antisociales de las autoridades, quienes ordenaron el cese de los médicos que estuvieran en paro, el Director del hoy Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias, el maestro, un intelectual, humanista y enorme científico, el Dr. Ismael Cosío Villegas,  se negó a tomar esa acción y se solidarizó con los médicos. Esto fue interpretado por el genocida Díaz Ordaz como un reto personal, por lo que se Cosío Villegas sufrió un despido injustificado del hospital que dirigía, se le retiró de su cátedra en la UNAM, se le retiró de la Academia Nacional de Medicina, y se le persiguió en su actividad profesional.

Al respecto queremos mencionar dos conductas análogas del Presidente, en el año 1968 el escritor e intelectual jalisciense Agustín Yáñez no emitió ninguna postura tras la barbarie presentada en la Plaza de Tlatelolco y muchos años después se supo que cuando presentó su renuncia a Gustavo Díaz Ordaz, este último le dijo, ”me viene mejor un accidente donde pierda la vida, a que un pinche profesorcito me renuncié,” ya mencionamos el asesinato de 79 personas en un bombazo en el que perdió la vida Carlos Madrazo.

La peor canalla, aplaudió a Díaz Ordaz y criticó la postura adoptada por el Dr. Cosío, ya que tenía una posición de prestigio, de autoridad moral y académica, pero nunca se arrepintió de su viril actitud.

A pesar de todo, el movimiento creció al interior de la República e incluso se llegaron a efectuar manifestaciones públicas; la Sociedad Médica del Hospital General de México designó una comisión para redactar una declaración de principios para invitar a las sociedades médicas del país a formar una alianza médica, la cual quedó constituida el 19 de enero bajo el nombre de Alianza de Médicos Mexicanos.

Los líderes sindicales del IMSS, el ISSSTE, la SSA, los servicios de salud del DDF y otros permanecieron al margen, aunque en reuniones a puerta cerrada se mostraban simpatizantes de los jóvenes médicos, muchos de ellos compañeros de trabajo en los hospitales, pero en público fueron sumisos al PRI. Los médicos residentes de varios Institutos Nacionales, como Cardiología, Nutrición y Enfermedades Respiratorias, fueron convencidos de dejar el apoyo al movimiento, y ya sea por miedo o conveniencia se quedaron al margen.

La AMM se constituyó legalmente, y la decisión fue apoyada jurídicamente en un estudio realizado por el jurista Mario de la Cueva, especialista en derecho laboral. La respuesta gubernamental fue reiteradamente represiva emitiendo un nuevo documento amenazando con la cesantía a los médicos residentes e internos, las autoridades sanitarias cargaron entonces en contra de los médicos: cesaron las conversaciones, se abrieron plazas para suplir a los paristas, se levantaron actas por abandono de trabajo, e incluso se llegó a la agresión física por parte de los trabajadores del Servicio de Limpia y Transporte del DF, acto vil, sin parangón en la historia de la ciudad, el cual fue orquestado por el Sr. Alfonso Martínez Domínguez.

Ante estas acciones intimidantes y de violencia creciente del estado muchos residentes abandonaron el movimiento, la disidencia se hizo presente, lo que marcó el inicio de la disgregación del movimiento.

En junio de 1965, 4,900 médicos adscritos regresaron a sus labores y se anunciaron nuevas condiciones laborales, pero el 80% de ellos no tenían plaza, por lo que no fueron incluidos.

Es de hacer notar la maniobra oportunista del Sindicato Nacional de Trabajadores del Seguro Social, quien publicó en su órgano de difusión Seguridad Social un aumento de los sueldos de los médicos como “legítima conquista sindical”; sin embargo, el incremento real de las becas nunca se cristalizó.

Entre julio y agosto de ese año las protestas brotaron por todo el país y la represión fue aún más severa. Ahora las fuerzas policiacas desalojaron a los médicos residentes e internos. Y el 1 de septiembre, durante el Informe de Gobierno, Gustavo Díaz Ordaz,declaró: “…Ya se practican las diligencias en relación con los diversos delitos que se están cometiendo y que, fundamentalmente, pueden ser lesiones y hasta homicidio por omisión, asociación delictuosa, coalición de funcionarios, abandono de empleo, abandono de persona, resistencia de particulares, falta de prestación de servicios, responsabilidad profesional e incitación al delito…”. Más claro y amenazante no había podido ser, por lo que el 5 de septiembre se decidió poner fin a un paro que había empezado catorce días antes.

Pero al regresar a sus labores el 7 de septiembre, los médicos fueron víctimas de represalias por parte de las autoridades hospitalarias y las sanitarias federales. Fueron cesados más de 500 médicos residentes e internos, y se levantaron órdenes de aprehensión contra más de 60 de ellos.

Tres de los líderes históricos fueron perseguidos: Norberto Treviño, José Castro Villagrana y Faustino Pérez Tinajero, quienes se vieron obligados a emigrar del país por varios años.

Es importante señalar las siguientes características del movimiento médico: Lo podemos señalar como el primero surgido de las clases medias, fue una reacción social que se convirtió en una llamada de atención ante el servilismo de los funcionarios, de los sindicatos y una perruna fidelidad del priismo ante los poderes meta constitucionales del presidente en turno, se castigó a quienes con la Constitución en la mano y la ética en el espíritu se mostraron afines a un movimiento que nunca pensó en conseguir poder político o económico, los partidos de oposición fueron rebasados, solamente unos pocos panistas como el Dr. Vicencio Tovar, el diputado Medina y el expresidente del PAN Alfonso Ituarte se mostraron contrarios a Gustavo Díaz Ordaz, pero sabían de las amenazas de muerte que Díaz Ordaz había proferido contra José González Torres, y quizá por eso fueron muy cautelosos.

A diferencia del movimiento democratizador encabezado por Carlos Madrazo, los médicos fueron un sector ciudadano, sin afiliación política, que reclamó formas de organización colectiva ajena al corporativismo de estado.

Los médicos no se consideraban dentro de los trabajadores asalariados, ni poseían tradición política, menos una consciencia de clase, ni como parte de los trabajadores de la salud, a duras penas una consciencia gremial, carecían de un sustento ideológico que los cohesionara como actor social. Esta inocencia política fue uno de los factores que más influyeron en la desaparición fugaz del movimiento. Por otro lado los médicos famosos incrustados en la pequeña burguesía vieron amenazas a la preservación del status quo, a sus aspiraciones de ingresar a las ligas mayores de la plutocracia, y los pocos políticos afamados al servicio del Estado, fueron complacientes y sumisos ante el tlatoani.

Algo inaudito, logrado por estos jóvenes médicos, fue el apoyo conseguido por parte de sus superiores, y no solo de médicos especialistas o médicos adscritos, sino de directores de centros de salud y hospitales de renombre, como el caso del Dr. Ismael Cosío Villegas.

Las clases privilegiadas, vieron en la universidad pública riesgos para sus retoños; los habían convencido de sumarse al movimiento, los “rojos” les llenaban las cabezas de ideología socialista, el virus del comunismo los podía contagiar, y otros fantasmas de la mediocridad y el clasismo, por lo que apostaron a la universidad privada, varias órdenes religiosas abrieron escuelas y facultades de medicina, sus recursos eran y son ilimitados; algunos miembros de la clase media, vendieron, empeñaron y se endeudaron para lograr el ingreso de sus hijos e hijas a dichas instituciones, en las que aseguraban además “mejores compañeros”, mejores condiciones y también mejores locaciones, lo que resultó exitoso, ya que en unos pocos años han logrado irrumpir, infiltrándose, en las universidades públicas. Alejándose, con ello, de las ideas humanistas, humanitarias, solidarias y universales que debe contener la ciencia y el arte de la Medicina, siendo proclives a ver la salud y el sufrimiento de los enfermos como un negocio, encontrándose ahí una de las razones de la relativa facilidad con la que se propicio la privatización del Sistema Nacional de Salud en décadas anteriores, su fragmentación y medidas discriminatorias, la criminar ruina a la que fue llevado y la criminalización del acto médico como una justificación.

Las repercusiones de este movimiento en el ámbito académico fueron  muy buenas, las universidades actualizaron sus planes de estudio en el posgrado, se logró el reconocimiento a muchas especialidades, se logró una mejor coordinación entre los hospitales de enseñanza, las escuelas y facultades de medicina. Paradójicamente, en la década posterior al movimiento médico, el mercado laboral no pudo absorber el gran número de jóvenes que buscaban empleo, debido a que el número de egresados de las escuelas de medicina aumentó sin precedentes, producto de la apertura desregulada de las universidades privadas y públicas, lo que hasta el año 2020 corrigió la SSA, al incrementar en 100 % en un año el ingreso de los médicos en formación de posgrado.

Con la estructuración de la enseñanza de posgrado se planearon las residencias y se acondicionaron cuartos cómodos y con servicios sanitarios para alojarlos, además de comedores, sitios de descanso y estudio adecuados. En el Centro Médico Nacional La Raza la residencia ocupó todo el noveno piso, y en la parte posterior se construyeron pequeñas casas para alojar a las residentes del género femenino. En el Centro Médico Nacional Siglo XXI se construyó un edificio para albergar a los residentes de todos sus hospitales. En el nuevo Hospital 20 de Noviembre del ISSSTE se implementaron cuartos apropiados. En el Hospital General de la SSA se construyó el edificio de residencias médicas, el cual se derrumbó durante el temblor de 1985.

Aún así, la carencia de una visión apropiada gubernamental y de políticas públicas apropiadas con relación a la cantidad de médicos necesarios para México dió como resultado un déficit de 200,000 médicos, 123,000 generales y alrededor de 76,000 especialistas, así como de 300,000 enfermeras, que ahora estamos requiriendo urgentemente a lo largo de la presente pandemia. Es por ello que durante este sexenio el Gobierno de México incrementó 100% el número de plazas para estudiar especialidades médicas.

Es necesario, para conservar la seguridad social y alcanzar legítimos derechos laborales del gremio médico que exista en él una conciencia de clase social y gremial; que terminen absurdos usos y costumbres en las diferentes instituciones nosocomiales que perpetúan el acoso y la injusticia;  que sean reconocidos los derechos laborales de los médicos residentes; que termine de una vez por todas la corrupción y la impunidad en el Sector Salud; que existan agrupaciones sindicales honestas y éticas; que si se va a certificar al médico, esta certificación sea por colegios o por instancias universitarias y hospitales de formación médica, y no por grupos de interés de la iniciativa privada; que se privilegie el conocimiento, la capacidad y la experiencia en el momento de la designación de funcionarios y directivos en los centros hospitalarios; que se termine de una vez por todas la criminalización del acto medico; que se haga realidad la conservación de la salud de la población dándose prioridad a la medicina preventiva y de 1er nivel de atención; y que el médico vea la realidad, y el orgullo, de ser parte de los trabajadores de la salud junto con enfermeras, ingenieros, trabajo social, administrativos, etc.

Al mejorar las condiciones de trabajo de los médicos y de sus compañeros trabajadores  el último beneficiado será siempre el enfermo, razón de ser del médico, a quien su paciente deposita en sus manos su vida misma.

 

Dr. Gabriel García Colorado*. Médico bioeticista. Autor de más de 25 libros relacionados con Bioética.

Dr. Rodolfo Ondarza Rovira**. Neurocirujano.  Neurocirujano. Activista en defensa de DDHH. Presidente de la Comisión de Salud durante la VI Legislatura de la ALDF. @DrOndarza

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