Por José Luis Avendaño C.
Fiesta y rabia fue el contenido esencial de la marcha de ayer en la Ciudad de México en este Año Internacional de la Mujer. Sin olvidar que el 8 de marzo conmemora la represión a mujeres obreras, pero que al paso del tiempo se han agregado más demandas y motivos que inciden en las condiciones de vida –de sobrevivencia o en situación de precariedad, en muchos casos—de las mujeres.
Con el morado y el negro como colores dominantes, con el verde de las pañoletas, afloraron los distintos feminismos. Desde el más soft hasta el más hard, que se expresa en coros y pintas en contra de ellos, pero más bien contra los machos. En medio de la batucada, el coro: “El que no brinque es macho” (“el que no se pare es machista”, dice el presidente en su mañanera). “Macho vamos por ti”, es la pinta a un costado de la puerta principal del edificio de la Lotería Nacional. Y a unos pasos, en la caseta telefónica, un documento oficial con la imagen el nombre de un “prófugo violador”.
Se rescata un lema de los años setenta: lo personal es político. Por aquí el espíritu de Simone de Beauvoir, autora de El segundo sexo. Aunque yo me inclino más por Rosa Luxemburgo. La tesis 3 del Manifiesto Feminista dice: “Necesitamos un feminismo anticapitalista, un feminismo para el 99 por ciento” (New Left Review, enero-febrero de 2018).
“No se pide permiso para cambiar la historia”. “Soy el grito de las que ya no están”. “No es NO”.
Junto a ellas, solidarios, hombres y/o sus parejas, contra el sistema patriarcal capitalista, expresión de una doble opresión, en que el capitalismo refuerza la estructura patriarcal. De ahí que Marx vislumbre como la primera división en la sociedad, la que separa al hombre de la mujer. Por eso, sobresale el grito que reivindica la pertenencia de género sobre la de clase. No obstante, hay pocas o ninguna de los de la pirámide social, de las que viven en los márgenes del sistema –no tienen tiempo de andar de mitoteras— o de quienes pertenecen al dulce encanto de la burguesía (Buñuel dixit), fifís, en el lenguaje de hoy.
Mujeres de todas las edades. Madres acompañadas de sus hijas; nietas que marchan junto a sus abuelas. No faltan las niñas que seguramente se estrenan en las marchas. “Mi mamá me enseñó a luchar”. “Nos quitaron tanto que nos quitaron el miedo”.
“Si en este país hubiera igualdad, respeto y justicia, yo no estaría aquí”, se lee en una pequeña cartulina. ¿Quién dice que los jóvenes son indiferentes y apolíticos? Se demuestra aquí que no es cierto. Y es que son las protagonistas de esta forma de violencia estructural, que atraviesa y se corresponde con varios ámbitos de lo llaman descomposición del tejido social, que en buen español significa una sociedad deshilachada, llena de hoyos y vacíos.
“Mi origen no tu costilla. Tú origen es mi útero”.
Se despliega una bandera con el escudo nacional, pero el negro sustituye los colores verde y rojo. “Ni las mujeres ni la Tierra somos territorio de conquista”. Una consigna de ecología política: por conquista debe entenderse dominio y explotación.
Por allí, una enorme manta morada del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) que, entre cosas, dice: “La violencia es una enfermedad. La educación, la vacuna”. Y un grupo con playeras moradas de Morena (Movimiento de Regeneración Nacional), el único partido político identificado, con gafetes de staff.
“Porque Juana, Leona y Rosario lucharon, estamos aquí”. Edificios y comercios, aunque protegidos, blindados, quedan manchados, a manera de gentil recordatorio.
El presidente, que tiene el amor y paz de slogan, y que mira cualquier manifestación como una conspiración en su contra y su gobierno de la 4T, aunque sea a regañadientes ha tenido que aceptar el derecho a disentir como parte del ejercicio de la democracia. Frente a la lucha feminista, se asume humanista. Pero, “ser humanista no detiene al feminicida”, reza una pancarta. “No somos neoliberales. No somos conservadoras. Sólo exigimos nuestros derechos. ¿Te cuesta tanto entender esto?”, le reprochan.
Un presidente que enmarca sus programas sociales a favor de la igualdad. “Rífese ésta, Sr. Presidente”, y abajo el círculo con la pequeña cruz, símbolo del sexo femenino…
Aunque la violencia es anterior a su gobierno, no cabe duda que durante su administración ha escalado el feminicidio –asesinato de mujeres por cuestión de género, es decir, por misoginia y machismo—, con impunidad, gracias a las omisiones y deficiencias de las fiscalías estatales. Pero también por la discriminación del aparato judicial, éste sí conservador y reaccionario.
“Disculpe las molestias. Nos están matando”. “No estamos todas. Faltan las asesinadas”. Sin contar las desaparecidas.
La interrogante es: ¿Ahora, qué? Por lo pronto, “deja de violentar a la mujer, que te pego con mi libro”.