Voces del Periodista Diario

La fama efímera y el odio

Ojo Público
Por Norberto Hernández Montiel

¿Qué hay detrás del odio con el cual se expresó la mujer anónima, vestida de blanco, que saltó a la fama fugaz en la marcha para “defender” al Instituto Nacional Electoral y llamó “indio pata rajada” al presidente Andrés Manuel López Obrador? Su convocatoria a “hacer ruido” fue respondida con un prolongado grito que parecía femenino, además de los aplausos de quienes la rodeaban.

Llaman poderosamente la atención algunos elementos de los dos videos en los que apareció la señora, además de la evidente discriminación. Veamos. En primer lugar, en ambos habló como si tuviera al mandatario frente a ella y terminó su desplante alejándose de la cámara.

También resultó notorio que a su alrededor y detrás de ella no se veía mucha gente, lo cual contrasta con la pretensión de que fue una marcha sumamente concurrida. Adicionalmente a lo anterior, lo más palpable fue un gran resentimiento, dirigido a López Obrador y su localidad de origen. Le espetó “indio de Macuspana”.

Revisemos la definición de la Organización de Naciones Unidas respecto al discurso de odio:

“Discurso de odio es cualquier forma de comunicación de palabra, por escrito o a través del comportamiento, que sea un ataque o utilice lenguaje peyorativo o discriminatorio en relación con una persona o un grupo sobre la base de quiénes son o, en otras palabras, en razón de su religión, origen étnico, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otro factor de identidad”.

Además de la evidente agresión verbal, tenemos el comportamiento, el uso de lenguaje despectivo en el que resaltan el origen étnico y la raza. En contraste, el presidente manifestó afecto por su agraviadora, “de corazón”.

Cuando un mexicano escucha la expresión “indio”, dirigida hacia él, regularmente experimenta su carácter peyorativo, porque es común que la lancen quienes, endiosándose a sí mismos, se sienten superiores. Esto nos lleva hasta los tiempos de la colonización española.

Podríamos rastrear la mentalidad, no sólo de esta señora, sino de quienes le aplaudieron y la mayoría de los participantes en la marcha, en un lúcido texto de Luis Villoro, respecto a la concepción que tenían de sí mismos los criollos, es decir, los hijos de españoles nacidos en la entonces Nueva España.

“Sin base que le preste asidero, el criollo pobre no se encuentra cómodo en su propio mundo. Tal parece como si éste nada quisiera de él y le negara su sitio; la sociedad lo echa a un lado sin tomarlo en cuenta, lo hace menos, lo ningunea –si se nos ha de permitir el mexicanismo–, es decir, lo convierte en un don Nadie”. Es curioso que este último fue el calificativo que usó Daniel Tabe, padre del alcalde en Miguel Hidalgo, cuando se refirió al empleado del Instituto de Verificación Administrtiva al que amenazó con un cuchillo.

En su libro, “Mitos y fantasías de la clase media en México” (1974) el sociólogo Gabriel Careaga lleva los orígenes de este estrato social y su mentalidad hasta la colonia española, en un grupo social que se avergüenza de haber nacido en este continente y no en Europa, condición que empeora entre los mestizos, que se sienten criollos.

Aquí podemos advertir el origen de la mentalidad tan interiorizada en la mujer que conquistó a gritos su breve fama. El comportamiento de la vociferante anónima recuerda mucho a Guillermina Rico, lideresa priísta de comerciantes ambulantes del Centro Histórico de la Ciudad de México, fallecida en 1996, quien, por cierto era indudablemente mestiza.

Rico, quien tenía que acompañar a sus correligionarios en actos públicos, era frecuentemente cuestionada por la prensa y desarrolló el recurso de exclamar que, mientras México siguiera creciendo, el ambulantaje continuaría extendiéndose en las grandes ciudades del país. Su lenguaje corporal era muy parecido al de la ignota aludida.

Durante la mañanera del 14 de noviembre, el presidente López Obrador celebró que “la mayoría de la gente tiene un pensamiento avanzado, fraterno, respetuoso, humano”, lo que, consideró, “se ha ido logrando poco a poco. Por eso es muy bueno este debate, porque si se ventila, muchos van a pensarlo, y sobre todo los jóvenes. Es un proceso de enseñanza-aprendizaje a partir de la realidad que estamos viviendo”.

El presidente mostró otro ángulo de esta mentalidad: la instrucción académica, planteada a modo de mecanismo que posibilita la movilidad social, y por tanto, en apariencia, el acceso a una condición socioeconómica superior y contrapuesta a la chusma. Es la visión de doña Florinda, llevada a la práctica.
Para ilustrar esta concepción del México contemporáneo, López Obrador mostró un meme, en el cual aparece una foto del actor Luis Gerardo Méndez, quien invita a reflexionar con clasismo:”…y si le decimos al

INE que sólo puedes votar con la prepa terminada y… pum, se acabó Morena”.

Sintetizó esta perspectiva con una frase que parece expresar la mentalidad de los participantes en la marcha: “No puede ser que valga lo mismo el voto de Claudio X. González, que el voto de un campesino”.
El gran problema del odio trasciende las palabras altisonantes de la anónima de blanco, cuya fluidez oral fue tan festinada por quienes la circundaban. Su violencia verbal contrastó con el lenguaje educado del único orador del mitin, el ex presidente del extinto IFE, José Woldenberg Karakowsky, quien hubiera querido despertar tanto entusiasmo con su discurso bien estructurado, aunque lleno de falacias.

Lastimosamente, la multicitada mujer de vestimenta blanca, como mucha gente, aspira a un imposible: se cree criolla, pero es mestiza y ofende al indio, con tal acritud que la manifestó con un odio totalmente visceral.

La condición trágica del aspiracionista es su absoluta imposibilidad de llegar a convertirse en lo que anhela.

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