* No desafiamos a la muerte, la veneramos
* La construcción de un nuevo abrazo social
* La supervivencia, una constante de la nación mexicana
Por Juan Bautista
Si el mexicano desafía a la muerte, también es cierto que la venera. Apenas ocurre el deceso y ya invoca rezos, levanta altares y coloca ofrendas para sumar al calendario de los santos difuntos. Así como le cantamos, también la veneramos y ahuyentamos con copal, incienso, flores y alcohol. La tenemos a nuestra diestra como una mejor compañía.
Respetamos tanto a la muerte, que la vestimos de colores, la colgamos como calavera en nuestras casas en el mes de noviembre, la convertimos en pan, en terrones de azúcar, en chocolate y la saboreamos con parsimonia y gran deleite, le organizamos grandes fiestas antes que ella, las realice por nosotros.
Esta pandemia universal (el Covid-19), como parte de un plan orquestado por la gran La Llorona, nos intercede en el camino – como a Macario- justo en el momento en que nuestra economía estaba por alcanzar la estabilidad de cero crecimiento, o al menos un dígito. La muerte, se interpone en medio de nuestras vidas, en el momento justo en que el sistema de salud, estaba siendo refundado en el mediano plazo, porque los catrines de ayer nos dejaron sin salas, camas, utensilios y equipo médico, heredándonos chozas, en lugar de hospitales.
Ante la tragedia, la veneración, invocación a las deidades prehispánicas y de ahí, a la conjugación de imágenes religiosas, en una especie de gran manto, donde se encuentran todas las religiones y sus emblemas, incluida la capa de estrellas de la Morena del Tepeyac. La Nación mexicana tiene profundas raíces culturales que le han curtido la piel para reponerse de las más profundas derrotas y continuar en pie. Para sobrevivir como nación, incluso tuvo que mutar, ceder para crecer, aprender para reconquistar, saber obedecer para independizarse y después, gobernar con rumbo propio.
El mexicano no se burla de la muerte, la festeja. La viste, la venera, le levanta ofrendas como un mejor recibimiento en el acompañamiento hacia el camino al Mictlán. Ante las más feroces crisis, la nación mexicana se funde en un escudo para auto-protegerse. A lo largo del camino, ha comprendido que la solidaridad, la fraternidad, la ayuda sin interés, es la única arma posible ante los embates de la tragedia natural o frente a la cofradía de un grupo que la intenta someter.
La nación mexicana, con su pueblo, sabe esperar, es ordenado, paciente, incluso taciturno. No por ello, debe confundirse la pasividad con la obediencia ciega, con la delgada voluntad para seguir a un caudillo o líder, en quien ha depositado la confianza a su resguardo. Un pueblo sabio, como el mexicano, sabrá ofrecer la oportunidad al equipo gobernante para salir adelante, para estirar las cuerdas de las velas que lleven a una más adecuada conducción para arribar a mejor puerto, en medio de la tormenta.
Hoy la Fe, la Esperanza, la Solidaridad, la comunión colectiva y la inteligencia social autónoma, la toma de conciencia del actuar en redes, en cadenas humanas, sumado al instinto de la supervivencia, son conceptos y acciones, que nos permitirán hermanar a los ciudadanos en la construcción de un camino colectivo que nos acerque a la luz de ese faro, aun cuando se mire lejano.
La edificación de un nuevo abrazo social (Revista Voces del Periodista 403) donde se erija una nueva mesa de diálogo con la representación de todos los actores políticos, económicos y sociales, incluida la sociedad organizada, será un paso en la creación de otros espacios, amplios y horizontales y, así, superar este pasajero y delicado momento en la historia de nuestra Nación.
Fin…