Por Abraham García Ibarra
¿Vale más malo por conocido, que bueno por conocer? Esa es la gran cuestión. En los escenarios para la sucesión presidencial de 2018, la evidencia nos informa que hay mucho de dónde escoger.
Tal es una de las cosas que hay que seguir contado. A un corte de hoy, tendríamos una lista de más de 80 aspirantes al relevo de Enrique Peña Nieto. Más lo que se acumulen esta semana.
Los observadores más exigentes de las naciones civilizadas envidiarían a México por la cantidad de opciones que se presentan a los compatriotas para delegarle el voto libre, secreto y directo (Je je je) a uno de tantos, siempre que la boleta del 1 de julio del 18 tenga espacio para registrar su nombre.
Entre tanta abundancia nominal, sin embargo, aparece como aguafiestas la suspicacia del ladino americano, que se expresa así: Te tengo muy vistas las placas. En versión libre, esto quiere decir: No confiaría a tus manos un céntimo de mi patrimonio.
Entre tantas ruines descalificaciones, no hay a quien irle
Si concedemos terreno a las ruines descalificaciones que intercambian entre sí dirigentes de partidos, precandidatos y de no pocos compañeros de viaje de esos beligerantes, no hay nadie que meta las manos al fuego por nadie.
De ese tamaño es la falta de credibilidad en los procesos electorales, metidos en la irracionalidad por las legislaturas sucesivas desde 1989 y por los perros guardianes de la democracia llamados consejeros y magistrados electorales.
Por mejor voluntad que ponga uno en la búsqueda, no encuentra en el discurso electorero algo que antaño se llamaba civilidad.
Atrás quedaron Los caballos negros de la sorpresa
Por la simple sinrazón de que el Partido Revolucionario Institucional es el partido en el poder y del gobierno, exploremos algunas anticipaciones que desde hace dos años y, particularmente después de la XXII Asamblea Nacional tricolor de agosto pasado, se han venido haciendo dentro de ese instituto.
En la reciente reunión del Consejo Político Nacional se les dio forma a las señales que se mandaron desde el encuentro nacional del PRI. La lectura que han hecho sedicentes analistas, indica que el Peñismo estaría colocando todas las fichas en el nombre de José Antonio Meade Kuribreña.
El secretario de Hacienda, que no es hombre de partido, se ha vuelto nombre imprescindible en los personalizadores de cada montaje que la Presidencia de la República arma desde el 8 de septiembre, a raíz de los terremotos que asolaron Chiapas y Oaxaca.
Ese hecho merece una pertinente acotación: Con independencia de las escenas populacheras que se intensificaron después del 19 de septiembre, con la presencia del Presidente, la mayor parte de los encuentros ha sido con las cúpulas de los hombres de negocios, lo que hace lógica la presencia del gestor de las finanzas públicas, sobre todo si se trata de dinero para la reconstrucción.
Lo que hace confiable a Meade para el empresariado
¿Qué hace de Meade personaje confiable a los intereses empresariales? No agotaremos su currículum. Sólo mencionaremos dos que tres datos:
Su escalafón registra su condición de analista de la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas (CNSF). Función aparentemente inofensiva. Más grave han sido sus actuaciones en el Instituto para la Protección del Ahorro Bancario (IPAB), que recogió las podridas tripas del Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa): La misma gata, nomás que sin revolcar.
Pasó también Meade por Planeación del Comisión Nacional del Sistema de Ahorro para el Retiro de los trabajadores (CNSAR), cuyas administradoras e inversoras han sido convertidas en la caja grande de gobierno y empresas cuando aún no se paga la primera pensión a los titulares de las cuentas individuales.
No es un registro menor el origen académico del secretario de Hacienda. Obtuvo el título en Economía por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM/ afamado por la producción de los socialmente insensibles itamitas).
Coronó sus estudios en el extranjero, atributo indispensable para acreditarse como cuadro de excelencia y allanar su ingreso a la Administración Pública. Por elección propia escogió la Universidad de Yale. No cualquiera. Este plantel es reputado como caverna de la secta Huesos y calaveras, en la que actúa como gran luminar el clan Bush.
Recuerdos de El jinete en la tormenta
Dos veces Meade ha ocupado Hacienda. Peña Nieto le asignó la Secretaría de Relaciones Exteriores y la agencia electoral del PRI, la Secretaría de Desarrollo Social. Está por segunda vez en Hacienda.
La primera vez en el control financiero del Estado, Meade lo hizo bajo la presidencia del PAN ejercida por Felipe Calderón, entre 2011 y 2012.
Nos parece auspicioso ese dato para recordar que fue la Secretaría de Hacienda una de las dependencias que inventó el mito del barco de gran calado que, a decir de Calderón, era el buque insignia de la economía mexicana.
En esa nave Calderón se exhibía por los procelosos océanos como Jinete en la tormenta, imbatible piloto que había logrado burlar los remesones de la crisis financiera internacional 2008-2009, que los especialistas tipificaron como Segunda Gran Depresión.
Pasados ya cinco años, se puede preguntar: ¿México logró remontar la tempestad de la crisis económica? Se sospecha que no, pero todo se diseña para que José Antonio Meade Kuribreña tome el mando del barco de gran calado. ¿Quién lo calafeteó? ¿Enrique Ochoa Reza? Es cuanto.