No se puede invocar y convocar a la unidad nacional como mera ocurrencia coyuntural. Si todo acto histórico se funda en ese imperativo -el de la unión-, preciso es que le demos una mirada al pasado remoto y al pasado inmediato.
De la Historia con mayúscula, saquemos rendimientos. Ahora, hasta los antijuaristas se apropian de la frase del Benemérito: “Entre los individuos, como entre las naciones, El respeto al derecho ajeno, es la paz”.
Benito Juárez fue el restaurador de la República. Pero antes de lograrlo, supo leer juiciosamente en los signos de los tiempos. En 1863 -leerlo bien-, tuvo el acierto de nombrar a don Matías Romero, Enviado Extraordinario y Plenipotenciario ante el gobierno de Washington.
El presidente estadunidense era entonces, nada más, pero nada menos, Abraham Lincoln, quien quince años antes, como representante ante el Congreso, había condenado la guerra injusta; guerra de despojo, de los Estados Unidos contra México.
En sus conversaciones con Romero (con quien antes había convivido en la Suprema Corte de Justicia), le planteó esta reflexión: No esperemos que otros hagan por México lo que nos corresponde hacer (a nosotros mismos). ¿No era acaso, la pertinente posición del conductor de un pueblo soberano?
Así se restauró la República. Cambio de página para leer en el pasado inmediato y situarnos ante el llamado a la unidad nacional.
Un México con hambre y sed de justicia
Aun antes de concluir el periodo de los regímenes posrevolucionarios, particularmente el discurso sociológico hablaba de Dos Méxicos: El de la abundancia acaparada y el de la indigencia “democratizada”.
Al implantarse el depredador modelo neoliberal, desde fuera del gobierno el diagnóstico reveló la polarización socioeconómica de los mexicanos.
Dentro de cuatro semanas, el PRI debe recordar el dolido mensaje de su –después- asesinado candidato presidencial, Luis Donaldo Colosio, en un sumario de su campaña en 1994: “Veo un México con hambre y sed de justicia”.
Antes de concluir la presidencia panista en 2012, el gobierno del Humanismo político reconocía que el tejido social se encuentra roto.
Las profundas estructuras de la desigualdad
En meses, en semanas recientes, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal/ONU), en sus evaluaciones sobre México, acusa que la injusta distribución de la riqueza nacional incide en la desigualdad social. (Los economistas progresistas dicen que se han profundizado las estructuras de la desigualdad).
Instituciones editoriales extranjeras que le dan seguimiento a la distribución de la riqueza en el mundo, revelan que el producto nacional mexicano tiene, a lo mucho, 37 individuos o grupos empresariales privilegiados, que se alzan con el santo y la limosna.
Ahora que se engrasan tantos ejes retóricos para mover la desvencijada carreta mexicana, no resulta ocioso recomendar un ajuste de cuentas con el pasado inmediato, y, entonces sí, seguramente los mexicanos todos se unirán, como lo aconseja el principio de La tregua de Dios ante el enemigo común, en solidaridad y patriotismo. Obras son amores y no buenos discursos. Vale.