EL LECHO DE PROCUSTO Por: Abraham García Ibarra
Desde el “no pago para que me peguen”, hasta el “los periódicos sólo sirven para envolver tortillas”, han trascurrido casi 40 años. En este periodo, la ruta del Derecho a la Información, consagrado en México en 1978 como garantía a cargo del Estado, ha quedado marcada con las lápidas sobre más de un centenar de periodistas asesinados, etcétera.
Ernesto Zedillo Ponce de León, quien alguna vez confesó que le tenía sin cuidado el juicio de la historia, pese a los empeños de Liébano Sáenz, sólo excepcionalmente se maquillaba para aparecer en las pantallas de televisión. El libro de visitas de La cava, donde un concesionario de TV ofrecía secretos pero pantagruélicos agasajos a los más encumbrados políticos, no registra el nombre del ex presidente.
Remontada la crisis del maquinado Error de diciembre de 1994, hacia el otoño de 2000 Zedillo -a quien tampoco le quitaban el sueño las encuestas de opinión- tenía un registro de más de 60 por ciento de aceptación de su gestión.
Vicente Fox llegó a Los Pinos portando un crucifijo y el bono democrático que le endosaron los votantes en 2000. Los especialistas en medios lo catalogaron como el primer producto más acabado de la mercadotecnia. Tenía y conserva fama de bufón.
Los responsables del área de Opinión e Imagen de la presidencia se hacían cruces al no lograr descifrar cómo, si el Presidente gozaba de tan altos índices de popularidad, no lograban trasladarlos a los indicadores de aceptación de su mandato, que estaban por los suelos.
Fox era un incurable adicto a los medios electrónicos; hasta la fecha. Creó su propio programa de radio. Sus productores temblaban al alarido del guanajuatense en cabina: ¡Quiero rating! ¡Denme rating! Siquiatras consultados por la Sacra Rota Romana diagnosticaron que uno de los padecimientos mentales que padecía Fox era narcisismo.
Fox terminó en 2006 cuestionado, no sentenciado, por los magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación por su descarada y grotesca intromisión en la campaña presidencial de ese año en favor del que hasta entonces era su partido: El PAN.
Cuando estaba a punto de salir de Los Pinos, Fox declaró: Me van a extrañar. Narciso F estaba apesadumbrado en esos crepusculares días.
Con Fox se cumplió un temor que expresaba con frecuencia el pensador panista Carlos Castillo Peraza (+): Ganamos el poder, pero perdimos el partido. El filósofo yucateco recomendaba también: En eso de la democracia, no se trata de cambiar de cadena, sino dejar de ser perro.
Sobre aquel Círculo rojo
El punto es el siguiente: Desde las románticas y amelcochadas cabañitas de Los Pinos, en el sexenio foxiano se decretó la existencia de un Círculo rojo. Para términos prácticos, una reservación donde debieran ser confinados los periodistas incómodos. En círculos menos llameantes, estarían las cajas de resonancia y las bocas de ganso.
En abono de Fox puede decirse que, en la aplicación del sistema de premios y castigos en la relación Medios-Estados operado desde la misma residencia presidencial, la acción directa contra personas físicas y personas morales de la industria editorial no fue un recurso ordinario para silenciar la opinión pública. Como ahora.
En los últimos tres lustros, la nómina de los del Círculo rojo se ha visto menguada por fatal dictado biológico; algunos aceptaron su proscripción y cambiaron de giro en la empresa privada; otros entraron a la edad de la razón y se les ubica todos los días, a todas horas y con el mismo script en las pantallas de los canales oficiales o estatales. Hay quienes conservan su voz, pero la usan quedito en la tribuna del Palacio Legislativo de San Lázaro.
De no lejana época es la tipificación de los opinantes libres como Los búhos de Minerva. Otros, menos retóricamente elegantes, los llaman profetas del desastre; catastrofistas. Son “los que no aplauden”.
¿De qué sirven los “lideres de opinión!?
Los cooptados por el poder, distinguidos con el título de “líderes de opinión”, sin embargo, distan mucho de calificar en sus tareas: La institución presidencial y los partidos en el gobierno, arrastran su popularidad por debajo de 20 por ciento y, en cuanto a la aprobación popular de su gestión, están por debajo de 10 por ciento.
Hay naturalezas individuales o comunitarias, de espíritu indómito, insumiso, que se han crecido al castigo y se mantienen en la resistencia con la única arma con la que se han entrenado para la defensa de su propia libertad y autonomía y las de los demás: La palabra.
En tributo a las bajas mortales que ha sufrido el oficio periodístico en los años más recientes, a las asociaciones profesionales y empresas sociales que siguen bregando por la defensa del Derecho a la Información y de la Libertad de Expresión, simbolizamos nuestra solidaridad con La Jornada, Proceso e individualmente con Carmen Aristegui.
No se hace oficiosa selección; es caracterización del ejército de reserva que nos queda para seguir denunciando y combatiendo el crimen y a su partera: La impunidad.
Inane afán el hostilizar y de espiar para intimidar a los disidentes: Los medio impresos de buena ley y ahora las redes sociales, el aula académica, las plazas públicas, las calles, los cafés, las sillas y sombrillas de los aseadores son el ágora donde la agenda de periodistas, activistas, defensores de los derechos humanos e investigadores de la corrupción, está expuesta a pleno sol.
Son otros los que reptan por oscuras e inmundas cloacas y hacen de la política, la economía, la cultura y aun de la religión detritus que alimentan el más profundo de los drenajes. A qué nombrarlos: Por uno solo se conoce a los demás, según dejó escrito Virgilio. Es cuanto.