Voces del Periodista Diario

Indígenas y Diplomacia de Tartufo

EL LECHO DE PROCUSTO Por: Abraham García Ibarra

Lo que en estas crispadas y  sombrías horas nos resulta profundamente conmovedor, es la súbita e irritada mortificación que medios de comunicación electrónicos -sobre todo en aquellos en que sus propietarios postulaban su compromiso de hacer televisión “para los jodidos”- expresan por los más pobres entre los pobres de México, específicamente por los de Oaxaca.

La secular miseria de los indígenas se profundizó desde los primeros años de la Conquista y de la Colonia. Los archivos del Virreinato y de la Corona española contienen reseñas de los primeros motines y rebeliones indias en la Antigua Antequera.

Los firmantes de diversos memoriales de aquella época, clérigos para más señas, justificaban las sublevaciones denunciando la inhumana explotación de los indios de aquellas provincias sometidos a un régimen esclavista: Jornadas extenuantes, cárcel, destierro y penas de muerte. De la lucha de las mujeres por sus hombres, surge como heroína Ana La Cajona.

Si la pereza mental no anima a los tecnócratas a leer las Cartas de Relación de De las Casas y de Vasco de Quiroga, ¿cómo esperar que  conozcan dichos acusadores textos? ¿O, para ponernos al día, los recientes mensajes del Papa Francisco?

Los condenados de la Tierra  

Próxima la celebración del Encuentro de dos mundos, entre la década de los cincuenta y sesenta del siglo XX, en las agrestes soledades de las montañas y sierras oaxaqueñas se inauguraron prácticas de enganchamiento de familias indígenas enteras para trasladarlas a los valles agrícolas de Sinaloa, a fin de poner su esclava mano de obra al servicio de los latifundistas, que implantaban la agricultura de exportación.

En aquella entidad norteña, los nuevos empresarios agroindustriales de Baja California las reclutaron a su vez para trasladar y explotar esa regalada mano de obra al valle de San Quintín. Pronto, estarían en las mismas condiciones en el Valle Imperial, de California (USA).

Oaxaquitas, les llamaban racistamente los de la oligarquía rural. Luego se supo de una nueva nomenclatura en los Estados Unidos: Oaxacalifornia. Nadie expresaba preocupación por Los más pobres entre los pobres de México.

En la década de los setenta, devastadores terremotos se cebaron sobre territorios oaxaqueños. Todavía existen familias indígenas damnificadas, cuyos nietos siguen esperando el auxilio ofrecido por la Federación.

Diez años después, una epidemia de cólera mermó decenas de comunidades indígenas en Oaxaca. Sospechas nunca satisfactoriamente esclarecidas insinuaron que misteriosas manos dispersaron en ríos y arroyos el vector de la epidemia. Lo cierto es que en esa temporada empezó a florecer la rentable industria del agua embotellada, supuestamente purificada.

Testimonios, de los que tuvimos conocimiento directo, nos hablaron de que, cuando se institucionalizó el Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol), sus administradores contabilizaban falsas entregas de subsidios a poblaciones oaxaqueñas compulsivamente desarraigadas. Les dimos crédito, porque esas voces provenían del Consejo Consultivo de vigilancia y evaluación de ese programa.

Nadie en los medios de comunicación electrónica manifestaba mortificación por los más pobres entre los pobres, no obstante que un gobernador indio de los noventa, Heladio Ramírez López, reconocía ya que, cada año, 100 mil indígenas eran expulsados de sus lares inhóspitos.

Después, se ha sabido que el crimen organizado medra en ese ejército de reserva, habilitando como mulas a miles de indígenas de Oaxaca, Guerrero y Chiapas que, particularmente por la línea de Sonora y Baja California, ingresan al vecino país cargados con droga.

Desde hace dos años, en el valle de San Quintín, Baja California, donde habitan y laboran una segunda y tercera generación de indígenas oaxaqueños transterrados, se han levantado los jornaleros en demanda de un régimen laboral -legal y constitucional- que proteja sus derechos. Los medios electrónicos metropolitanos han puesto sordina a sus protestas y exigencias.

Hoy, con antifaces de filantropía y altruismo se suben los decibeles preñados de compasión por los indígenas: Los más pobres entre los pobres.

Minería: Industria de la muerte

Esta semana en Canadá, el gobierno mexicano y su anfitrión han suscrito un convenio para la protección de las culturas y los derechos indígenas.

Hace dos años, en Voces del Periodista, edición impresa, publicamos el tema: Minería: Industria de la muerte. En ese trabajo denunciamos que las mineras canadienses concesionadas en México, han importado a nuestro país sus métodos de exterminio que practican en los territorios indígenas canadienses.

La Policía Montada de Canadá, que tiene expedientes de los crímenes de las mineras  en México, no fue llamada a co-firmar ese convenio.

Estamos ante el espectáculo de la diplomacia de Tartufo.

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