EL LECHO DE PROCUSTO Por: Abraham García Ibarra
Don Isidro Fabela, Genaro Estrada, Jaime Torres Bodet, Alfonso García Robles, Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, Bernardo Sepúlveda Amor…
Está comprobado científicamente que espíritus de esa talla, revestidos de cultura, decoro y patriotismo, no se dan en racimo.
El verdadero Hombre de Atlacomulco, don Isidro, fue prominente actor civil en la defensa de la soberanía de México en 1914 frente contra la invasión norteamericana. Medio siglo después, en el seno de la Organización de Estados Americanos (OEA), de la soberanía de Cuba.
En los anales de la historia de la diplomacia contemporánea está registrada como instrumento de Derecho internacional la Doctrina Estrada. Su gestor, don Genaro, la sustentó en el argumento de que los gobiernos soberanos no deben estar sometidos compulsivamente al reconocimiento de Estados extranjeros.
Don Jaime Torres Bodet fue director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Cultura y la Ciencia (Unesco). Con eso está dicho todo.
México fue distinguido por primera vez con el Premio Nobel de la Paz, en mérito del desempeñó diplomático de don Alfonso García Robles.
En la década de los ochenta, fue del dominio público que, desde la Casa Blanca ocupada por Ronald Reagan, se escuchó la consigna: ¡Humillar el orgullo de México! En ese periodo le tocó lidiar con el Departamento de Estado a don Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa.
Entre los dos mandatos de Reagan, Bernardo Sepúlveda Amor fue indoblegable impulsor del restablecimiento de la paz en América Central y del respeto al gobierno sandinista de Nicaragua. Todavía gobernantes de los países de esa región negocian sus conflictos bajo los principios que inspiraron al Grupo Contadora, instituido a iniciativa de México.
¡Qué tiempos aquellos!
¿Qué pasa con Luis Videgaray Caso?
En el corto periodo de aprendizaje de Luis Videgaray Caso en la Cancillería mexicana, no se ha dado tiempo de visitar la biblioteca del Instituto Matías Romero (otro grande de la diplomacia mexicana en el siglo XIX), para informarse y saber cómo actuar frente a los desafíos externos de esta época.
En la tribuna de la 47 Asamblea General de la OEA, en Cancún, quiso participar en su calidad de jefe de Estado y de Gobierno de México, Enrique Peña Nieto. Es obvio que el jefe del Ejecutivo mexicano se presentó, valorando a su juicio la importancia de ese evento.
Sobre ese gesto presidencial nos asalta una duda: Ha creado estado la hipótesis de que en la crisis política de Venezuela está metido hasta los codos el brazo de Washington.
Pero en la Asamblea no se dignó estar presente el jefe del Departamento de Estado (USA). Delegó su representación en un segundo: El subsecretario John Sullivan.
Sullivan pareció agazapado: Dejó la operación de la Reunión de Consulta sobre el tema Venezuela y de la asamblea misma a algunos peones entre los que apareció en primera línea el canciller mexicano.
En el naufragio de ambos eventos, el canciller huésped dio la cara ante los medios nacionales e internacionales. En el registro de algunas de sus declaraciones se le atribuye la siguiente, a saber:
“Estos resultados (¿?) ponen en evidencia la incapacidad para lograr un acuerdo y no debe pasar inadvertido porque, mientras tanto, en Venezuela continúa la violencia. ¿Qué le vamos a decir a los venezolanos que están en las calles?
En esa apenada y penosa declaración de Luis Videgaray Caso, hay un reflejo combinado de novatez e impotencia.
Todo indica que los docentes del canciller deben ser pasados por la evaluación del secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño Mayer. Parece que no dan el ancho.
Si la 47 Asamblea General de la OEA dejó más vergüenzas que glorias, el segundo examen de Videgaray Caso deber ser “a título de suficiencia”. Y para ello necesita el cambio de mentores o hacerle al autodidacta. Es cuanto.