EL LECHO DE PROCUSTO Por: Abraham García Ibarra
Cuando Vicente Fox estaba a punto de ser echado de las placenteras cabañitas de Los Pinos, soltó esta frase que pretendió ser profética: “Me van a extrañar…”.
Diez años después, “El vaquero enamorado” no da oportunidad de que se le extrañe. En cambio, al que si se le extraña, es a su vocero Rubén Aguilar. “Lo que el Presidente quiso decir…”.
Hoy leemos una doble oración de la que las aplicaciones de la dialéctica nos dejan más dudas que certezas: 1) estamos en la apertura para dialogar, hablar y escuchar posiciones para encauzar eventuales diferencias, y, 2) no estamos dispuestos a negociar la ley educativa; ni ninguna otra, porque debemos acatar lo que mandata la misma.
Eso nos informa desde Quebec una cronista que forma parte de la comitiva presidencial que se encuentra en Canadá para el encuentro trilateral de América del Norte.
En estricto rigor, en una semana lo que en primera lectura se antoja una incongruencia, en última instancia parece cerrar el círculo de la congruencia.
Choque de trenes Osorio-Nuño
Expliquémonos: La semana pasada, a unas horas de la explosión de violencia en Nochixtán, Oaxaca, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong tomó el toro por los cuernos y convocó a la mesa de diálogo a los líderes disidentes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) para tratar de sacar el buey de la barranca.
En las mismas horas en que se instalaba esa mesa en Bucareli, por su lado el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño Mayer instalaba su propia mesa con los dirigentes alineados del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), en un explicito mensaje de que lo único legal y legítimo que pueda resultar en torno a la controvertida Reforma Educativa, será lo que de esa interlocución se convenga.
De lo que se colige una palpable contradicción: El responsable de la política interior del país, responde al mando del jefe del gabinete presidencial; el titular de la SEP, como secretario encargado de despacho, está subordinado a la misma superioridad pinolera.
¿A quién creerle, si la esquizofrenia lo permite?
La voz presidencial desde Quebec se escuchó en una conferencia de prensa; no es, pues, un desliz privado de esos que luego se producen en las tinieblas palaciegas. Es una posición pública.
La cuestión es que precisamente para hoy se tenía programada una segunda reunión con los representantes de la CNTE, cuyo propósito sería conciliar los puntos que eventualmente podría definir la agenda de la hoja de ruta para darle cauce institucional a las causas planteadas por el magisterio rebelde.
El batiburrillo se reedita 24 horas después de que, en la Ciudad de México, se registró una movilización multitudinaria en la que miles de manifestantes se pronunciaron en solidaridad con quienes exigen una revisión de contenidos y fines de la Reforma Educativa.
Existe en ese fenómeno esquizofrénico un ingrediente subversivo: El pasado sábado, con otro móvil, miles de personas salieron en parejas al mismo escenario, que desembocó en el Zócalo metropolitano.
Las barras electrónica le dieron al evento una acogida festiva y locutor hubo que sumó medio millón el número de celebrantes.
De la movilización del domingo, además de contar apenas unos 17 mil participantes, ni uno más, ni uno menos -“viejos y flojos acarreados”, se les etiquetó-, los locutores empezaron por festejar que el jefe de Gobierno Miguel Ángel Mancera no le permitió arribar al Zócalo, y terminaron por descalificar a sus convocantes, organizadores y asistentes.
Ese tratamiento mediático a la movilización social, nos trae a memoria una ocurrente salida que patentó el ex jefe del Departamento del Distrito Federal y ex líder del PRI, Alfonso Martínez Domínguez.
¿Para cuántas personas, tiene cupo el Zócalo, don Alfonso? A su vez, el político socarrón preguntó a bote pronto. ¿En favor o en contra? Obviamente, cuestionaba si a favor o en contra del gobierno. Una medida, pues, para lo primero, y otra para lo segundo.
De esa escuela fue involuntario pupilo Ernesto Zedillo Ponce de León cuando acuñó las categorías de “guerrilla mala”, la del Ejército Popular Revolucionario (EPR) y “guerrilla buena”, la de los zapatistas.
En esas vaciladas retóricas anda ahora nuestra clase “política”, cuando la República se incendia. Maniqueísmo puro.