VOCES OPINIÓN Por: Mouris Salloum George
Como si fuera tema de coyuntura o de “relleno editorial”, sólo esporádicamente los medios se ocupan de la situación de la infancia en México.
El Día del Niño (30 de abril), por ejemplo, espacios impresos y tiempos electrónicos son atiborrados de frías estadísticas sobre dramas infantiles.
“Las niñas y las niños nunca inician las guerras y, sin embargo, son quienes se encuentran más expuestos a sus consecuencias letales. Los grupos armados matan y mutilan a niñas y niños, perturban su educación, les impiden el acceso a servicios esenciales de salud y alimentación; aumentan la pobreza, la desnutrición y la enfermedad”.
Lo denuncia la Organización de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). En otros documentos, advierte sobre los riesgos de los niños migrantes: La posibilidad de ser reclutados por el crimen organizado, caer víctima de traficantes y ser expuestos a la violencia y la explotación”.
En estas horas de sicosis colectiva desencadenada desde la Casa Blanca, aquí se habla más del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y de las remesas que envían los trabajadores mexicanos a sus familias, y se pone poca atención a las circunstancias, no de ahora, que viven los menores de edad migrantes.
Dos datos, nomás, para ilustrar el tema: En 2015, en México se detectó la presencia de 18 mil 650 niños centroamericanos (en 2013, cinco mil 596), buscando su ingreso a territorio estadunidense.
En el mismo año, nueve mil 841 niños mexicanos fueron repatriados por el gobierno de los Estados Unidos. En la etiqueta de deportación aparece: Niños no acompañados.
En el interior de México, como meros guarismos, se dan algunas cifras de niños cooptados por el narcotráfico; de víctimas de tratantes de personas que los canalizan al mercado laboral o a la prostitución y, en algunos casos al tráfico de órganos.
Detrás de ese sombrío fenómeno -que constituye un monstruoso problema estructural- se ocultan otras situaciones que frustran el futuro de las nuevas generaciones, de las que no se compadecen las políticas neoliberales.
Violencia como “método” educativo
Hace unos días, se echó luz sobre la tragedia infantil en nuestro país. Por primera vez, en 2015 se realizó la Encuesta Nacional de Niños, Niñas y Mujeres (ENIM), bajo los auspicios de la Unicef y del Instituto Nacional de Salud Pública.
El dato central, es que sólo 36 por ciento de los niños es educado en México sin violencia. Por simple contraposición, se colige que el otro 64 por ciento es víctima de violencia, no sólo física, sino socioemocional.
En la presentación de los resultados de esa Encuesta, el secretario ejecutivo del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), Gonzalo Hernández Licona, puso el dedo en la llaga, al señalar:
En el esquema tradicional de combate a la pobreza, resulta ilusorio pensar que con una beca del programa Prospera y una mejor vivienda, una niña indígena podrá competir en igualdad de circunstancias con pequeñas de clase media en ámbitos económicos, sociales y culturales distintos.
En conclusión, si los funcionarios responsables de las políticas públicas en materia de Educación y Desarrollo Humano, en vez de andar de facilitadores electorales, dedicaran unas horas al análisis de la Encuesta comentada, acaso tomarían conciencia de que no es posible perpetuar el Darwinismo Social, que tiene entre sus primeras y tempranas víctimas a los niños.
Las estadísticas analizadas y sus atroces consecuencias, configuran, por la indefensión de la población afectada, un asesinato del alma. Crimen tal no puede quedar impune.