Voces del Periodista Diario

¿Por qué no se olvida?

Ojo Público
Por Norberto Hernández Montiel

De acuerdo con el Censo 2020 de Población y vivienda, únicamente 12 por ciento de los mexicanos tenemos más de 60 años, lo cual quiere decir que una gran mayoría de los compatriotas no tiene edad para recordar, por vivencia propia, lo que ocurrió el 2 de octubre de 1968; por ello compartiré mi experiencia, a los 12 años de edad.

Ese día, mi papá nos invitó a mi mamá, y sus cuatro hijos, como hacía con frecuencia, a comer en el mercado de Garibaldi. Aquella Ciudad de México no tenía los problemas de tránsito que hay ahora. Había suficientemente seguridad para que comiéramos allí y los traslados eran rápidos.

Después de comer, nos iríamos hacia el rumbo de la vieja Aduana de Pantaco, Azcapotzalco, a casa de mi abuela paterna, donde conviviríamos con ella una veintena de primos y los tíos. A pesar de que el ambiente en general era convulso, estábamos de muy buen humor.

Por aquellos días, a quienes ya estudiábamos la secundaria, los adultos nos advertían que nos alejáramos de “los estudiantes”, como si nosotros no lo fuésemos. El Consejo Nacional de Huelga había realizado múltiples marchas, los granaderos ya habían agredido salvajemente a muchos alumnos, tanto del Instituto Politécnico Nacional (IPN) como de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

El hecho es que estábamos a unas cuadras de Tlatelolco, mientras allí, los representantes del Consejo Nacional de Huelga decidían suspender una marcha con rumbo a las instalaciones del IPN conocidas como “Casco de Santo Tomás”, informados de que estaban rodeados por el ejército. La cronología de lo ocurrido se puede consultar en https://m68.dgb.unam.mx/index.php/cronologia.

Cuando comíamos en la fonda “Chayito”, donde todo nos gustaba, desde la atención hasta el pozole y las quesadillas, escuchamos los primeros balazos, que rápidamente se convirtieron en nutridas ráfagas. A partir de entonces, las pláticas de los comensales se silenciaron, y nos apresuramos a terminar con nuestros platillos, urgidos por mi papá.

Para ir a la casa de mi abuela debíamos abordar un camión cuya ruta original cruzaba frente a la Plaza de las Tres Culturas, pero lo desviaron hacia un área de la Colonia Guerrero que en ese tiempo estaba llena de baches. La zona estaba totalmente a oscuras. Habían cortado la energía eléctrica.

Uno de los recuerdos más vivos que tengo es el interior de aquel camión, en el que se veían sólo sombras bamboleantes. Todos los pasajeros estábamos en silencio, mientras escuchábamos el tableteo de las metralletas e imaginábamos lo que ocurría. Alguien, realmente no recuerdo quién fue, me decía que era imposible escuchar las detonaciones a varias cuadras de distancia, pero esta persona no tomaba en cuenta que se trataba de armamento de alto poder, además de que era mucha gente disparando al mismo tiempo.

A principios de este siglo, durante una comida que compartí con Raúl Álvarez Garín, ex dirigente del Consejo Nacional de Huelga, después de una conferencia que ofreció en el Congreso de Tlaxcala, le relaté esta experiencia y me preguntó cómo se escuchaba aquello. Le respondí que únicamente podría compararlo con un aguacero y el acotó: “¿verdad que sí?”

Recuerdo que mi maestra de Educación Cívica, como examen final de aquel primero de secundaria, nos pidió desarrollar un ensayo, con tema libre. Ahí traté de vaciar el dolor, la indignación e impotencia que sentía.

Los días, meses, años siguientes a esa noche, esos sentimientos sólo crecieron, apoyados por la multitud de testimonios de que lo perpetrado en Tlatelolco, el 2 de Octubre de 1968, fue un crimen de Estado, del cual, en su bravuconería, Gustavo Díaz Ordaz se sentía orgulloso, como dijo en 1977, recién nombrado embajador en España.

Hace tiempo recomendaba a los lectores el documental “Los rollos perdidos”. Dejo el link, por si desean corroborar que no sólo fue un impune crimen de Estado, sino que Luis Echeverría, entonces secretario de Gobernación, pagó para que se filmara semejante masacre. El video está disponible en https://www.youtube.com/watch?v=Z-rxENrNhKc&t=1663s.

Además de lo que se puede ver en este documental, Raúl Álvarez Garín, fallecido en 2014, me explicó, durante una entrevista, en 2007, la estigmatización previa a la matanza: “Está demostrado, documentalmente, que en 68 la policía política trabajó campañas de estigmatización con todos los recursos conocidos y criticados, hasta folletos, de los que hay una producción muy grande en México.

“Un ejemplo: se hacía circular una especie de álbum donde aparecía la fotografía de alguna persona, con referencias personales, para caracterizarla como agente cubano, soviético, o cualquier cantidad de infundios para justificar la represión. Se fue volviendo una acción más y más sofisticada.

“Creo que la operación más grande de esa naturaleza fue el mito elaborado por un periodista que se llama Jorge Joseph, alcalde de Acapulco en 1960. Ejecutó una versión absolutamente distorsionada de los hechos del 68. Usaba una técnica sofisticada, en cuanto a descripción de personajes, rasgos reales, reconocibles. Él escribió “El Móndrigo”, y “Dany, el sobrino del tío Sam”, con el que trató de desprestigiar brutalmente a Daniel Cossío Villegas, el crítico más académicamente calificado que tenía el gobierno.

“También contra Julio Scherer utilizaron un panfleto que se llamó “El Excélsior de Scherer”. Hay otros dos donde prepararon el golpe para herirlo con esas distorsiones”. Hasta aquí la entrevista con Álvarez Garín.

Estoy convencido de que ese 2 de Octubre de 1968 fue determinante para que decidiera estudiar periodismo. Definitivamente, ese día no se olvida.

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