La Piedra en el Zapato
Por Abraham García Ibarra
Se cree que fue el 21 de julio del año 356 a.C. Ese día, un anónimo pastor de Éfeso le metió fuego al templo de Artemisa, catalogado como una de las siete maravillas del mundo. La diosa es conocida también como Diana.
La autoridad ministerial dispuso que el nombre de aquel pastor no apareciera en actas. La razón: El incendiario, que intuía el valor de la obra, confesó haber perpetrado el atentado sólo para obtener celebridad.
En El muro, Jean-Paul Sartré incluye un cuento con el título de Eróstrato. El protagonista de la trama participa en una conversación oficinesca en la que un interlocutor menciona aquel nombre y habla de su “hazaña” de dos mil años antes; el incendio del templo de Diana.
El protagonista le pregunta cuál es el nombre del arquitecto que construyó la maravillosa obra incendiada. El narrador lo ignora.
El protagonista se asombra del fenómeno. Sueña con atentar contra la vida del Zar, solamente para ser recordado en la posteridad, aunque no se recuerde el nombre de la víctima.
En El Quijote, Miguel de Cervantes habla de aquel personaje. Baltasar Gracián hace alusión al mismo en algunas de sus obras.
La siquiatría también se ocupa del Síndrome de Eróstrato al diagnosticar incontenibles impulsos destructivos en los pacientes. La Madre Academia lo identifica como manía de actos delictivos para conquistar renombre.
Es absolutamente probable que, llevado al diván del siquiatra, a Donald Trump se le diagnosticaría el Síndrome de Eróstrato.
Los locos que hemos padecido en América Latina
Cambio de página: No hace mucho, el Congreso de Ecuador votó la destitución del presidente Abdalá Bucaram, atribuyéndole incapacidad mental para mantenerse en la conducción de la República.
Las deficiencias de El Loco Bucaram, sin embargo, fueron en realidad coartada para retirarlo de la administración y eventualmente de la política.
En su gestión ante la Santa Sede para lograr la anulación de su primer matrimonio eclesiástico, Vicente Fox fue expuesto a test siquiátricos de lo que resultó que la Sacra Rota Romana concluyó que no tenía en orden sus facultades mentales. Narcisismo, aparece en las primeras notas clínicas del diagnóstico.
A lo que nos remite el tema, es de nuevo al Síndrome de Eróstrato. Sobre este asunto consultamos alguna vez a un siquiatra mexicano del que en cierto sexenio fueron requeridos sus servicios profesionales en Los Pinos.
Cambios súbitos a tontas y locas
De esa conversación tomamos referencia para cuestionar los cambios súbitos que empezaron aplicarse en la administración presidencial a partir de 1988, sin tomarse en consideración el tiempo cultural, social y político prevaleciente en México.
Nos hemos referido desde entonces al inconsulto proceso de destrucción del entramado institucional, sin detenerse a pensar en el resultado experimental de planes que no correspondían ni corresponden a la idiosincrasia del mexicano.
Reformas estructurales se les llamaron, transformadoras en el sexenio que está por concluir.
De aquel sexenio iniciado en 1988, al concluir el mandato se entrevistó al Presidente saliente sobre cuál era la obra que más le satisfacía: Haber cambiado la mentalidad de los mexicanos, contestó impertérrito. Imperturbable, como un dios.
Desde aquel periodo empezó a hablarse con desmesurado entusiasmo de posmodernidad.
Ahora podemos aventurar que la posmodernidad nos ha retrotraído a los tiempos de la Colonia o, para decirlo con el clásico, a la edad del orangután.
Treinta años: Cinco presidentes de México
Tenemos la percepción de que, de los últimos cinco Presidentes de México, se pueden establecer dos categorías diametralmente opuestas.
Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo Ponce de León fueron mandatarios cerebrales. Con independencia de sus inclinaciones ideológicas, buscaron el poder para establecer un modelo de Estado diferente al subsistente.
Ambos creyeron en su proyecto y pretendieron celebridad imaginando que la arbitraria demolición de las viejas estructuras institucionales se traduciría en automático en progreso y justicia socialmente distributiva.
Desde esa perspectiva, actuaron como estadistas, aunque su obra de gobierno haya resultado finalmente fallida.
Como instintivos se puede clasificar a Vicente Fox, Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto.
Sospechamos que la diferencia sustancial radica en que Salinas y Zedillo se formaron en centros de educación públicos bajo principios de doctrina inspirados en el ejercicio del servicio público guiado por el sentido de la solidaridad y el patriotismo. Ya en la administración, por los imperativos de control, eficiencia y eficacia.
Contra el régimen republicano y el Estado nacional
Fox, Calderón y Peña Nieto, en cambio, desde su infancia estuvieron bajo la tutela de instituciones de corte clerical. En la Enseñanza Superior, en planteles administrados por órdenes religiosas. Para el caso de dos de ellos, de la Compañía de Jesús y el Opus Dei.
Huelga decir que, en su conjunto, la Iglesia católica en México ha combatido históricamente el régimen republicano y, a partir de La Reforma y la Revolución Mexicana, se ha pronunciado contra el modelo de Estado emanado de esos dos movimientos.
Aleatoriamente, Fox, Calderón y Peña Nieto, nacieron y crecieron en sociedades provincianas, que la Sociología llama cerradas. Esto es, ancladas en un conservadurismo, para ponerle data: decimonónico.
En el caso de Fox, estudiante destripado, después de pasar durante su juventud y primera etapa madura al servicio de la empresa privada, trasnacional por añadidura, sólo se interesó en la política cuando sus proyectos empresariales personales se vieron frustrados por su incompetencia, a tal grado que se le recuerda como militante del movimiento de deudores conocido como El Barzón.
De Calderón se sabe que se desarrolló en un hogar paterno afectado por las privaciones socioeconómicas que parecieron incidir en su falta de afecto a su progenitor a quien después de muerto, incluso le negó un tributo de reconocimiento propuesto por correligionarios del partido del que fue fundador y en el que militó durante 40 años.
Cuatro aspirantes frustrados, ¿no hay quinto malo?
Peña Nieto es originario de la aldea de un estado cuyos políticos, tres de ellos prominentes, buscaron infructuosamente el poder presidencial. Un cuarto, con la misma pretensión, conspiró incluso contra el dirigente nacional de su partido y candidato por el mismo a la Presidencia.
Se cita al cuarto mexiquense, por su fama pública de corrupto, de cuya gestión estatal fue colaborador Peña Nieto, pariente además a quien le heredó la gubernatura que le sirvió de plataforma para transitar hacia Los Pinos.
En última lectura, los cinco presidentes nombrados actuaron arrogantemente como predestinados, -como hombres de la Providencia– y ejercieron el poder haciendo abuso de las facultades metaconstitucionales de las que habló el constitucionalista Jorge Carpizo. Esto es, con vocación de tiranía.
Salvo Zedillo, quien dio evidencias de que no le interesaba el juicio de la historia, los otros parecen esperar su sitio en los altares de la Patria: La inmortalidad, pues.
Sólo se regenera lo degenerado
Se habla ahora de la cuarta transformación de la República: La premisa del proyecto es regeneración (“renovación moral”, dice la Madre Academia), de lo que se colige que la República ha sido degenerada. Desvertebrada.
Destruida, por aquellos enfermos del Síndrome de Eróstrato cuyo vector, a final de cuentas. sigue gozando de celebridad, qué tan envidiable, es cuestión del cristal con que se mire. Hablen de mi reclaman algunos políticos del subdesarrollo, aunque sea para mentarme la madre. Es cuanto.