Voces del Periodista Diario

Propuestas, en lugar de ataques

Ojo Público
Por Norberto Hernández Montiel

En esta época en la cual comienzan a hacerse patentes las aspiraciones presidenciales de los más diversos actores políticos convendría echar un vistazo al modo en el que se llevan a cabo las campañas electorales, desde fines del siglo pasado, ante el hartazgo ciudadano respecto al Partido Revolucionario Institucional, que se mantuvo en el poder por 59 años.

Hasta 1988, la oposición tuvo verdaderas posibilidades de aspirar a la Presidencia de la República, con la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, hijo del añorado general Lázaro Cárdenas del Río, quien se creía que podría representar una verdadera opción de cambio en favor de los que menos tienen.

En aquella primera ocasión que Cárdenas participó como aspirante a la silla presidencial, el fraude, en favor de Carlos Salinas de Gortari, fue tan evidente que alentó a Cárdenas para presentarse como candidato nuevamente, para los trágicos comicios de 1994, manchados con la sangre del candidato priísta, Luis Donaldo Colosio Murrieta, el 23 de marzo, y del coordinador de los diputados priístas, recién electo, José Francisco Ruiz Massieu, asesinado el 28 de septiembre.

Estos datos son solamente el contexto de las elecciones presidenciales de 1994, las primeras organizadas por el Instituto Federal Electoral (IFE), antecedente del INE, y de la forma que revistieron las campañas de los partidos y sus candidatos en ese año convulso.

Desde el debate presidencial que se trasmitió por televisión el 12 de mayo de 1994, entre los aspirantes, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano (por un PRD muy distinto al de ahora), Diego Fernández de Cevallos (PAN) y Ernesto Zedillo Ponce de León (PRI), pareció demostrarse la eficacia del ataque y la diatriba para usarlos como argumentos en contra de los contendientes.

Fue notorio el dominio del sarcasmo en el panista, Fernández de Cevallos, para descalificar a sus contendientes con unas cuantas y muy efectivas palabras. A Cárdenas, le espetó: “…no creemos que sea usted para México una opción de modernidad, quiero decirle simplemente para terminar, que si tenemos que creerle los mexicanos a usted que es una opción democrática, tendríamos que creerle a Aburto (se refería a Mario Aburto, preso como supuesto asesino del candidato priísta, Luis Donaldo Colosio) que es pacifista”.

A Zedillo, lo ridiculizó con gran economía verbal: “sabemos que usted ha sido un buen chico, con altas calificaciones…” A continuación le soltó la cuchillada: “usted, con el debido respeto, quiero decirle, está aquí, como consecuencia de dos tragedias, por una parte la muerte de Colosio y la segunda la designación presidencial; la primera lo rebasa, no tiene usted ninguna culpa, pero la segunda lo descalifica…”

En esa ocasión, las encuestas subieron abrumadoramente en favor de Fernández de Ceballos, quien inexplicablemente se encerró en su casa y no hizo campaña, como si su objetivo sólo hubiera sido desbancar de las preferencias electorales a Cuauhtémoc Cárdenas y allanar el camino a Ernesto Zedillo. El público vio este debate como si se hubiera tratado de un encuentro deportivo, en el que hubo un evidente ganador.

De acuerdo con una encuesta que se le atribuye al Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), a la pregunta “¿Quién cree que ganó el debate?” los resultados porcentuales fueron los siguientes: Fernández de Cevallos 54.6, Ernesto Zedillo 16.9, Cuauhtémoc Cárdenas, 1.9.

Fue por demás deplorable ver que tanto Cárdenas como Zedillo llevaron propuestas a esta confrontación, en tanto Fernández de Cevallos, en lugar de un programa, optó por el ataque, el cual justificó con las siguientes palabras: “Bueno, hemos venido a un debate…” y a partir de ese momento abrió el fuego.

Desde la campaña electoral del año 2000, hemos escuchado o leído pendencias, en lugar de propuestas de gobierno. Veamos sólo unos cuantos ejemplos: El de Vicente Fox, en el año 2000: “vamos a sacar al PRI de Los Pinos”, “fuera las víboras, tepocatas y chinches prietas”

La marca de la campaña de Felipe Calderón para 2006 es muy fácil de recordar: “López Obrador es un peligro para México”, acuñada por Antonio Solá, quien se reputa como “estratega político”.

En 2012, más pragmático, el candidato priísta, Enrique Peña Nieto, optó por la generación de una imagen pública relacionada con la actriz Angélica Rivera, a través de Televisa, la compra del voto por medio de la distribución de tarjetas Monex, y el rebase de los gastos de campaña. Estos últimos elementos, recordemos, los desestimó el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.

Televisa, aprovechando su influencia sobre los millones de espectadores con los que cuenta, elaboró una trama de telenovela, con una de sus actrices y un aspirante presidencial bien parecido.

En el debate, la respuesta de quien carece de argumentos, es el ataque. Como sociedad merecemos mucho más que diatribas y agresiones verbales las cuales, desafortunadamente, han sido abundantes y reiteradas no sólo en las campañas electorales, sino en las intervenciones de los legisladores en ambas cámaras.

Todavía falta mencionar sabotajes y atentados, que son excesos llevados al extremo y constituyen un tema muy amplio, del cual ya nos ocuparemos.

Para la campaña de 2024 lo deseable sería que tanto partidos como candidatos privilegiaran las propuestas y evitaran las agresiones, que empobrecen el debate y ocultan la falta de un programa de gobierno en favor de nuestro país.

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