Voces del Periodista Diario

Tenerle miedo al miedo

La Piedra en el Zapato

Por Abraham García Ibarra

Un mes después del 1 de julio, el estado sicológico general ha pasado en México por un periodo entre  el ruido y la furia. En no pocos aspectos, el impacto social es congelante.

El proceso de sucesión presidencial en nuestro país se ha dado una década después de la crisis financiera desencadenada en los Estados Unidos. Desde el interior mismo de la Unión Americana, los analistas han hablado de una segunda Gran Depresión.

La primera gran depresión estalló en 1928; cuatro años después, el humor social de aquellos días produjo uno de los resultados más aplastantes en las elecciones presidenciales.

En su toma de posesión, el presidente Roosevelt pronunció uno de los mensajes más conmovedores  en el que advirtió que a lo único que hay que temer, es al temor mismo, a un terror indescriptible, sin causa justificada.

Tener los arrestos para desterrar ese ese miedo, señaló Roosevelt, “es necesario para convertir el retroceso en progreso”. El mandatario debutante propuso el Nuevo Trato.

La década recorrida en México hasta el 1 de julio

México resintió gravemente los impactos de la crisis financiera de 2008. Para 2017, llegaron los devastadores terremotos de septiembre que detonaron una nueva expresión de exacerbación social.

Con proyectos de reconstrucción cuyos aspectos principales permanecen aun  en el papel, las fuerzas políticas entraron a finales del 17  a la pugna electoral.

Dos elementos estaban subyacentes en ese momento: La hostilidad contra México del inquilino de la Casa Blanca Donald Trump y la incertidumbre económica  generada por la revisión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

Signos recesivos en  sectores determinantes

La combinación de los remesones de la inconclusa crisis financiera y la insolvencia en la que cayeron cientos de miles de familia a causa de los sismos, particularmente en el área metropolitana de la Ciudad de México deprimieron dos mercados cuyos indicadores reflejan la       confianza de los inversionistas y de los consumidores, y la estabilidad y la salud económica general: Las industrias automotriz y de la construcción; ésta, en sus ramos habitacional y residencial, básicamente.

Dan, esos mercados internos, señales del optimismo de las clases medias y altas.

Empero, en términos generales en año y medio la  compra de automóviles nuevos ha quedado en semáforo amarillo en espera de mejores tiempos.

La contratación de proyectos de reconstrucción, principalmente de los propietarios damnificados por los sismos, así como la adquisición de casa nueva, prácticamente  se han colocado en semáforo en rojo.

En ambos casos, las compras invariablemente se contratan a crédito. La deuda a largo plazo y aún  a corto plazo, según los operadores de esos mercados, está cayendo vertiginosamente en cartera vencida.

El Estado, dispensador de onerosos privilegios

Después de los resultados de la elección presidencial, varios factores pesan sobre el estado sicológico de grandes segmentos de la población. Los primeros, aquellos que dependen del mercado laboral del sector público (con la simultánea reacción de los proveedores de sus consumos y poseedores deuda de esas clientelas).

El núcleo de esa forma de pánico y pasmo está en los anuncios de austeridad en la administración pública federal, una cuyas acciones consiste en el ajuste  del gasto corriente, que implica reducciones salariales y prebendas, y recorte de personal. (Un tercer elemento de preocupación está presente en el eventual desplazamiento de algunas dependencias de la Federación a los estados.)

En estricto rigor, es una constante histórica la exigencia social de situar en términos racionales el costo de la gestión administrativa del Estado. De hecho, en los dos recientes sexenios presidenciales se han hecho anuncios de austeridad, aplaudidos por la opinión pública, pero desarmado por la resistencia en las instancias mismas de los tres Poderes de la Unión y en los órganos autónomos  del Estado, donde está enquistada la aristocracia de la burocracia.

Todo indica que hay consenso en la sociedad civil por esas acciones anunciadas, pero hay insuficiencia de comunicación para dar a conocer y hacer entender la profundidad y la gradualidad del calendario de esas medidas.

Es en ese vacío es donde están operando intensiva y exhaustivamente las redes sociales que tienen dos enfoques principales en su ofensiva. En primer lugar, el supuesto de que los ajustes de personal, como lo demuestra la experiencia, es para colocar a las gentes que pasan la factura con cargo al desenlace electoral, como si esas gentes hubieran sido, efectivamente, determinantes.

El otro aspecto es más melodramático: ¿Qué pasará con las familias de los cesantes, acostumbradas a cierto tren de vida, que va más allá de la satisfacción de las necesidades elementales para financiar placeres superfluos, resultado de la manipulación consumista?

En el caso de los eventuales desplazados a los estados: ¿Qué pasará con sus hijos ya habituados a servicios educativos privilegiados en planteles privados; hechos a la disposición de servicios de los que se carece en provincia o amoldados a un modelo de relaciones sociales en su hábitat residencial y en sus centros escolares y de recreo?

En los terrenos de una estrategia terrorista

Un tercer espectro se agiganta no sólo en los medios convencionales y se potencia en las redes sociales: Por los abundantes ingresos que obtienen los altos o medios mandos de la burocracia (más de 70 mil), son preferidos como sujetos de crédito sobre otros estamentos de la sociedad, incluyendo a los que sirven en la actividad productiva.

Algunos ejercicios hechos en simulaciones digitales colocan la cartera total de deuda de esa selecta clientela por encima de los 14 dígitos, aplican los intereses pactados desde 31 hasta 47 por ciento, según el objeto del préstamo, edades de los acreditados, los plazos para amortizar esos contratos, etcétera. Hasta parece una estrategia terrorista.

Entre la catarsis después de pasada la crisis electoral y el triunfalismo de los vencedores, el humor social empieza a cambiar destinatarios pero no de grado; se abre un  ancho margen a una nueva forma de incertidumbre.

Son, los descritos, escenarios en los que previo a las jornadas electorales se pretendió sembrar el voto del miedo. Superada esa etapa, otras semillas de temor se riegan en el mismo surco.

¿Existe fuerza de convencimiento y, sobre todo, la autoridad moral y política para exorcizar el miedo al miedo? Son cuatro meses de interregno. Es largo el tramo y abrumadora la carga. Es cuanto.

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Redacción Voces del Periodista