Voces del Periodista Diario

VIOLENCIA FUERA DE LAS ESCUELAS

Por Óscar Tamez

Cada día son más comunes y “normales” las imágenes de violencia fuera de escuelas o en calles de pueblos y ciudades donde menores con uniforme escolar se tunden a golpes.

Pareciera que se normaliza lo que nunca debería dejar de escandalizarnos, esas escenas son una deformación de la sociedad, pero no queremos escuchar el grito de auxilio. No son niñas o niños violentos, son miembros de familias violentas reaccionando en las calles con lo aprendido en sus hogares.

El caso de una menor muerta a manos de otra compañera quien con piedra en mano descargaba su ira descomunal debería ser el punto de quiebre. La golpeadora estaba enloquecida, fuera de sí, poseída al grado de no tener límites en su descarga de violencia.

¿Era el enojo contra su compañera? No, la agredida no le había causado enojo alguno, ésta era víctima recurrente de violencia por parte de la asesina y otras compañeras más, la molestaban por el color de su piel según afirmó la mamá en una entrevista. La respuesta pareciera del siglo XVIII o el tiempo del esclavismo norteamericano: ser de piel diferente es motivo para causar la muerte a un semejante.

¿Qué viven la menor agresora y miles de menores en sus hogares que les convierten en asesinos? Esa es la pregunta que debemos exigir nos responda la autoridad y no el linchamiento grotesco que realiza contra directivos y maestros de la escuela. Basta de buscar chivos expiatorios ante un problema que crece y no parece contenerse.

Las escenas asemejan al circo romano construido en el siglo I de nuestra era y que fue vigente hasta el siglo V, momento del declive en el imperio. Ahí el pueblo acudía a desfogar la violencia reprimida, disfrutaba ver a otros hombres asesinándose entre sí o despedazados por animales salvajes. ¿Qué diferencia con lo que vivimos?, si acaso los leones.

Se debe legislar y sancionar a las y los menores violentadores, pero del mismo modo a quienes disfrutan, incitan, aplauden, festejan y graban los momentos de agresión o combate entre menores.

Debería escandalizarnos que hubo menores dispuestos a inmortalizar el crimen contra su compañera mediante video, a recordarnos que en un pueblo del centro de México aún se mata a una menor por su tono de piel… ¡Y nadie de los presentes estuvo para defenderle!

Estamos en situación de alerta como sociedad, esos menores mañana serán adultos y sus conductas los acercan más a los grupos delictivos sanguinarios que al modelo de mexicano productivo social y económicamente que deseamos.

Las víctimas o daño colateral son los maestros; ante la incompetencia de la autoridad, la indolencia de padres de familia y el pavor que sentimos como sociedad, buscamos a quien culpar para sentirnos mejor, ahí tenemos a los maestros.

Exigir que sean responsables de los menores aún fuera de la escuela y del turno escolar es pueril, la responsabilidad de los menores fuera de los límites en los inmuebles escolares es de sus padres y de la autoridad municipal, estatal y federal. No linchemos a los maestros para liberar conciencias.

En su caso, exijamos una patrulla permanentemente en las escuelas en horarios escolares, eso sería más efectivo, pero tan imposible de realizar como exigir que los maestros se responsabilicen por lo que ocurre fuera de las escuelas.

El ejemplo de la deformación en los hogares está en la madre que pretendió cruzar la frontera con su menor convertida en asesina para librarla de su culpa.

No aceptemos distractores, el centro del problema está en hogares violentos y encubridores, junto a autoridades rebasadas por toda forma de violencia.

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