Voces del Periodista Diario

De aquelarres y otras historias

EL LECHO DE PROCUSTO Por: Abraham García Ibarra

Dicen los que saben de estos pavorosos tópicos, que el aquelarre o Sabbat -ritual nocturno de brujas o brujos, más para fines maléficos que benévolos-, dejó de practicarse hacia finales del siglo XVIII.

No obstante, la literatura, el cine y la televisión contemporáneos, sobre todo en esta temporada de decadencia moral y política, nos cuentan historias de brujos de cuello blanco -obviamente vestidos según el rito y época de su preferencia- de Europa y los Estados Unidos, que se convocan en torno a Satanás, al que ofrecen sacrificios humanos.

La nocturnidad y el descampado en determinados ciclos lunares forman parte de los santuarios de esos exóticos personajes.

El modelo Made in Mécsico

En México, ese estilo conspirativo es marca de la casa neoliberal, que ha tenido en los recintos legislativos federales sus más frecuentes y exitosos escenarios.

A veces, son tan prolongadas esas tenidas (en las que algunos de actores secundarios terminan roncando a mandíbula batiente), que se inventó el “reloj parlamentario”; artefacto electrónico que es detenido precisamente en punto de las 24:00, cuando los jefes consideran que, vencido un plazo reglamentario determinado, la sesión debe continuar sin cambiar la fecha de la sórdida agenda.

En el pasado periodo extraordinario de sesiones del Congreso de la Unión, después de los resultados del aquelarre en turno, algunos segmentos de la sociedad acusaron a los legisladores del PRI y del PVEM de incurrir en venganza (vendetta, dijo alguno) contra 630 ciudadanos mexicanos que creyeron ingenuamente que su voluntad podría ser tomada en cuenta por los Padres de la Patria y los padres conscriptos, dícese así de los senadores y los diputados federales.

El oscuro objeto del deseo fue la Ley General de Responsabilidades Administrativas, componente del Sistema Nacional Anticorrupción. Resulta que aquellos ciudadanos sin fuero -es decir, sin voz ni voto en el pleno- habían promovido que la clase política rindiera sus declaraciones patrimonial, fiscal y de conflicto de interés, a fin que transparentara sus boyantes finanzas.

Un requisito esencial de ese procedimiento, era que se sometiera a la máxima publicidad la documentación respectiva para que la gente del llano pudiera conocer las cuentas pecuniarias de sus gobernantes.

Los brujos mayores (tricolores y verdes), celosos de la privacidad de los sujetos obligados, votaron en contra de la máxima publicidad. En cambio, en “altas horas de la noche”, cual debe de ser para estar a tono, incorporaron a la nómina de sujetos obligados a los activos de la iniciativa privada.

Esos de la iniciativa privada -no todos rechinan de limpios-, se sublevaron, por lo pronto, mediáticamente.

Que Peña saque las castañas del fuego

Expuestos a la luz del Sol, los que llevan la batuta en los oscuros templos parlamentarios se alarmaron, pues está de moda hablar del voto de castigo a los partidos políticos.

El jefe azul de la cáfila senatorial, Roberto Gil reaccionó diciendo que aún hay tiempo y recursos para que el Poder Legislativo federal pueda enmendar aquel ordenamiento votado por la afirmativa apenas cinco días antes.

El jefe amarillo del Palacio de San Lázaro, Jesús Zambrano Grijalva, mejor conocido como El Tragabalas, fue más allá: Conminó al jefe del Ejecutivo a que haga uso de su facultad de veto de aquella ley, en vez de promulgarla y publicarla.

Está probado científicamente que las disipaciones nocturnas siempre conducen a una mañana de terrible resaca. Pero aquí no se trata de un reventón individual. Estamos hablando de gente que dice haber sido electa para la formación de leyes de la República. No se vale que le jueguen al Pilatos.

PD: Casualmente, Roberto Gil y Jesús Zambrano, entre el último segundo del 17 de junio y los primeros minutos del 18, participaron en otro aquelarre, éste de superior jerarquía. Pero esta es otra historia.

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