Voces del Periodista Diario

Entre el protagonismo y la paranoia, ¡Adiós unidad!

EL LECHO DE PROCUSTO Por: Abraham García Ibarra

El fracaso de las convocatorias a las megamarchas convocadas para ayer 12 de febrero bajo el lema Unidad en la diversidad frente al gobierno de Donald Trump, nos dio plásticamente el mensaje de donde estamos parados en horas de destino para México: En la desunión.

Una de esas convocatorias -de México vibra– se atribuyó a más de 80 organizaciones de la sociedad civil. Aunque ese llamado se incubó originalmente en cubículos de las cúpulas empresariales, en un giro inexplicado se puso por delante, principalmente, a un grupo de universidades tanto públicas (la UNAM para el caso) como privadas.

Para ese efecto, el protagonismo se encargó al rector de la máxima casa de estudios, Enrique Grau. Algunos comentaristas le dieron masajes al ego recordando que, desde el ingeniero Javier Barros Sierra en 1968, ningún otro rector de la UNAM había tomado las calles en defensa de “causas nacionales”. No hay parangón posible.

En la contraparte, surgió el movimiento, aparentemente coincidente en los mismos fines, encabezado por la asociación Alto al secuestro, de la activista Isabel Miranda de Wallace, en cuya movilización quisieron retratarse algunos dirigentes priistas de la Ciudad de México.

Se olvidaron hasta del Himno Nacional

El esquema de ambas manifestaciones, con itinerarios en sentido contrario, previó su convergencia al pie de la columna del Ángel de la Independencia, donde los contingentes cantarían a una sola voz el Himno Nacional.

Los de México vibra (sin la presencia de sus principales animadores) se dieron cita frente al Auditorio Nacional. Ahí se produjo el primer contratiempo: Los organizadores sospecharon que se trataría de infiltrar su columna por provocadores y solicitaron la fuerza pública para prevenir la amenaza.

Los de Alto al secuestro se enfrentaron a otra situación más grotesca aún: Desde antes de llegar sus participantes a El Ángel se empezaron a escuchar gritos insultantes contra la señora Miranda, quien tuvo que retirarse de la descubierta temerosa, según declaró, de un atentado en su contra a cargo de un individuo vestido de mujer, dispuesto a atentar contra su integridad personal, según se le habría advertido previamente por las redes sociales.

Los cálculos de algunos líderes de opinión fueron que los llamados a las megamarchas tendrían respuesta de unos tres millones de mexicanos. Se mostraría el músculo popular frente a las insolentes amenazas del nuevo inquilino de la Casa Blanca.

Al final de la jornada, voceros de ambos frentes reconocieron que sólo participaron en la movilización en la Ciudad de México unas 20 mil personas, incluyendo a niños a los que se dio cuadro y audio en los medios televisivos.

Estábamos mejor cuando estábamos peor

Entre el entusiasta protagonismo inicial y la extravagante paranoia de salida, en este mismo espacio planteamos en la víspera los potenciales obstáculos por los que pasaría ese llamado a la unidad nacional entre clases diametralmente opuestas desde el punto de vista socioeconómico y cultural.

El primer signo del choque de trenes se dio en la posición previa entre quienes establecieron que el objeto de la protesta sería únicamente el gobierno de Washington (sin tocar aquí la investidura presidencial) y los que, de su lado, exigieron que se denunciaran la corrupción, la violencia y los gasolinazos.

La “unidad en lo esencial” fue, pues, reventada por quienes no entienden que el respeto a lo otro y al otro, es condición sine qua non en todo frente unitario contra la amenaza extranjera.

Los propios animadores del México vibra sospecharon el resultado último de esas fallidas movilizaciones. El historiador Enrique Krauze, en escrito matinal del 12 de febrero, recordó el trágico episodio de 1847, por el que México perdió la mitad de su territorio.

“El pueblo estaba dispuesto a combatir, pero las facciones políticas y las élites rectoras fallaron”.

Ahora como entonces, con todas las diferencias, el peligro está a la vista y es mayúsculo. Justamente por eso, escribió Krauze, las facciones políticas y las élites (políticas, empresariales, mediáticas, sindicales, académicas, intelectuales) deben actuar poniendo el interés de la nación sobre los intereses particulares. No todas lo están haciendo.

En circunstancias embarazadas de presagio, apuntó días antes por su parte el historiador y politólogo Lorenzo Meyer, el pueblo exige la acción de un líder.

Después del 12 de febrero,  como algunos polacos llegaron a exclamar cuando en los ochenta cambió su régimen de gobierno, ¡Estábamos mejor, cuando estábamos peor! Es cuanto.

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