Voces del Periodista Diario

La muerte tiene permiso

EL LECHO DE PROCUSTO Por: Abraham García Ibarra

Hace dos semanas, en la comunidad de Atlatongo, Teotihuacán, Estado de México, se registró el linchamiento de tres personas. Dos murieron; una sobrevivió.

En horas posteriores, fueron arrestadas 18 personas como presuntas responsables de ese crimen. En horas también, fueron liberadas. El secretario general de gobierno de Edomex, Jorge Manzur saltó al ruedo: Las víctimas pertenecían a una banda de plagiarios.

Los linchados eran secuestradores. Ergo: merecían morir. Vale el juicio popular sumario. (¡¡¡).

Eso de hacer justicia por mano propia, parece ser una subcultura arraigada en el Estado de México. Investigadores de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) documentaron 63 linchamientos en esa entidad de 2010 al segundo semestre de 2015. Puebla ocupó el segundo lugar.

En esas acciones colectivas, la mayoría de las víctimas falleció; algunas quemadas. Excepcionalmente algunas se salvaron.

Según la misma fuente, de 1988 a 2014 se perpetraron en el país 366 casos de linchamiento, entre los que se incluyen algunos en la Ciudad de México.

¿Qué explica ese monstruoso fenómeno? A punto de concluir en junio la implementación de la reforma de la Justicia Penal, la gente no confía en la acción de la autoridad, generalmente omisa en las denuncias que, a riesgo de su vida, hacen sobre todo las comunidades más alejadas de la mano de Dios.

Lo del Estado de México es emblemático, porque esa entidad ha arrebatado también el campeonato de feminicidios a Ciudad Juárez, Chihuahua.

Lo es, además, porque en los últimos veinte años, han pasado por la gobernación políticos que acreditan Licenciatura en Leyes. Y el abogado Presidente, Enrique Peña Nieto, es oriundo de esa entidad.

El mortal linchamiento en Atlatongo, desapareció de los primeros planos mediáticos a los pocos días.

A la cacería de maestros disidentes

El 1 de junio, la cabeza principal de primera plana de un diario metropolitano fue: La CNTE rapa a maestros porque sí dan clases.

Fue, esa, expresión de un linchamiento al revés: El mediático contra la organización que se resiste a la Reforma Educativa y en la que militan más de 120 mil docentes.

La nota se ilustra con la fotografía de un pelafustán que, tijera en mano, trasquila a seis maestros chiapanecos. Ese sujeto, según la lectura de ese medio, representa a toda la CNTE, disidente del Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación (SNTE).

Para el 2 de junio, la misma Secretaría de Educación Pública federal reconocía que los trasquiladores no estaban plenamente identificados como miembros de la CNTE.

No importa: Desde la tarde del 31 de mayo, las barras electrónicas de la Ciudad de México desencadenaban la furia colectiva denunciando “la barbarie” del magisterio rejego.

El fenómeno no puede ser más grave: Algunos locutores se erigen a la vez en denunciantes, fiscales y jueces. Su veredicto pretende ser inapelable. Lo que ocurre es que, en México, en carriles fascistas, la muerte tiene permiso. Y punto.

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