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La política mexicana vista al través de la TV EL LECHO DE PROCUSTO Por: Abraham García Ibarra

EL LECHO DE PROCUSTO Por: Abraham García Ibarra

Es absolutamente probable que -en su aldeanismo cerril- los agentes del foxismo contratados para el manejo de imagen de la presidencia en condominio en el sexenio 2000-2006, no hayan conocido la factura de la frase: “Lo que no está en la televisión, no existe”.

Simplemente, les gustó y se apropiaron de la expresión para asumirla a título de fe en su política de comunicación.

Luego suelen salir los tiros por la culata: En memorable ocasión, en el marco de la pugna entre concesionarios precisamente de la televisión, a un alelado Vicente Fox el emisario de una de la partes en conflicto le demandó su intervención. El interpelado contestó: Y yo, ¿por qué?

El tamaño del dislate -visto en la televisión en vivo, en directo y a todo color-, superó el tamaño del emisor. Fox sigue delirando en las pantallas televisivas.

El individuo en su corralito

El autor de aquella frase (1997), fue el agudo sociólogo francés Pierre Félix Bourdieu en obras en las que se refirió al saber como mercancía en la ideología capitalista -con extensión a la ideología neoliberal-, por la cual se pretende confinar al individuo en su propio corral. Aquí se le ordena  lo que tiene que pensar bajo el supuesto de que todo lo que se le dicta es la verdad “objetiva”.

Por supuesto, cuando aquella frase cobró estado, no se oteaba la irrupción en los procesos de comunicación de las redes sociales, que se han hecho de la tecnología para enfrentar la verdad “objetiva” que le asestan a la audiencia los medios electrónicos convencionales.

Un resultado de ese fenómeno, lo vemos en estos días en los aprietos por los que pasa el nuevo presidente estadunidense Donald Trump, no obstante su experiencia como hombre-show de la televisión en el transcurso de su trayectoria empresarial privada.

En el caso mexicano, en el que sus estrategas le imponen una presencia intensiva y exhaustiva en las pantallas de la televisión, está Enrique Peña Nieto, cuya figura -pasada por los filtros de la opinión pública- apenas alcanza un rango de 12 por ciento de aceptación de su gestión.

Nuestro tema de hoy, siguiendo el esquema al través del cual se intenta el control del pensamiento individual y colectivo por los poderes fácticos, es la pretensión de alejar a la sociedad civil del ejercicio de la política real.

Nos detendremos, por hoy, en la observación de un modelo de programación televisiva orientado a imponer patrones culturales a la audiencia con los prototipos más aberrantes y disolventes.

El “empoderamiento” de las mujeres

Hace apenas una década, empezó a hablarse aquí del empoderamiento de las mujeres, para remontar aquello de El viejerío y las lavadoras de dos patas.

Bajo esa bandera, el discurso público fue ganado por las proposiciones de equidad, igualdad, paridad de género, algunas de las cuales se han sustanciado en la legislación.

¿De qué manera podemos ilustrar los prototipos femeninos en boga en la programación televisiva? Tenemos en cartelera, entre otras series: Mujeres asesinas, Infames, La reina del sur, Rosario Tijeras, etcétera, que hacen apología de la promiscuidad y la violencia.

Una serie importada, que se repite aquí durante la semana hasta tres horas diarias, es Veredicto final, una suerte de “justicia oral”, cuyas protagonistas son generalmente mujeres latinas en conflicto conyugal o de concubinato; algunas en situación migratoria comprometida, que bastaría para dar cartas “de legitimidad” al racismo y la xenofobia que galopan en la Casa Blanca.

Pero del alejamiento de la política como forma de control fáctico de la sociedad, hablamos antes. Estudios sobre cultura democrática de los mexicanos y encuestas periódicas, nos reportan el escepticismo, la suspicacia y la falta de credibilidad sociales en los partidos políticos y las instituciones del Estado.

El emocionante final de La candidata

Pues bien, hace unos días llegó a su final la telenovela La candidata (presidencial para el caso). La trama está cargada  de intrigas familiares, de infidelidades matrimoniales, de estafas, de consumo de drogas, de financiamiento electoral del crimen organizado, de asesinatos sin solución de continuidad, etcétera. Pura corrupción, pues.

La serie se cierra con “el triunfo” de la impresentable candidata. Al rendir su protesta como “presidenta”, su imagen misma queda expuesta a una especie de mira de un arma de fuego, de lo que se colige que correrá la misma suerte de otros personajes.

Sin caer en extremos timoratos ni negación de una parte de la realidad nacional, ¿esa es, de veras, la política mexicana?

Si lo que no está en la televisión, no existe, ¿existe lo que sí está en la televisión? De ser así, a la luz de la programación televisiva, estamos frito y la democracia mexicana no tiene para cuando. Es cuanto.  

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