Voces del Periodista Diario

Soberanía nacional made in USA

EL LECHO DE PROCUSTO Por: Abraham García Ibarra

En su momento -no lo decimos de oídas-, del mismo modo que decretaron que las causas de la Revolución mexicana y los postulados programáticos de la Constitución de Querétaro, eran meros mitos, los tecnócratas neoliberales proclamaron urbi et orbi que, en el mundo la globalidad mercantilista (el de las Grandes ligas), la soberanía nacional es un simple dogma.

Ya en los días de la usurpación del poder presidencial de 1988, el mandato fáctico remitió al museo el supuesto de que la soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste.

En lo sucesivo, la tecnoburocracia empezó a hablar de sociedad y a esta abstracción retórica se le endosaron las demandas de la Reforma del Estado y del montón de reformas estructurales.

Para quienes no escucharon el primer mensaje de Donald Trump en El Capitolio de Washington, les informamos que el de la melena anaranjada recibió las más repetidas aclamaciones de sus escuchas cuando se dirigió o habló en nombre del pueblo estadunidense. Simple dato cultural.

Pero de soberanía nacional es el tema. En la suma de spots acumulada durante lo que va de 2017, con cuya retacería se pretende hacer discurso patriótico, se habla de la defensa de la soberanía nacional. Imperativo al que se le pone el merengue: Esa defensa no es así como así: El principio rector, es la dignidad.

 A propósito del mensaje del mentado Trump del martes en la noche, lo que nos resulta de la defensa de la soberanía es que, de la A a la Z, la agenda nacional está siendo dictada por el del copete anaranjado.

A bote pronto, en una mecánica respuesta reactiva a las expectoraciones desde el Salón Oval, los voceros del gobierno mexicano sueltan las lenguas de madera para decirle a los compatriotas que no están solos: Hay un Estado mexicano que se las juega con ellos.

La sucesión de 2018 se juega en territorio gringo

Hasta la sucesión presidencial de 2018 parece tener destino en territorio estadunidense. Por allá aparecen  dirigentes de los partidos políticos, gobernadores presidenciables y uno que otro legislador,  haciendo campaña.

Antes, era un secreto a voces que la candidatura a la presidencia de México pasaba por la consulta a la Casa Blanca. Ahora, se pone en las carteleras de diversos escenarios norteamericanos.

En la simplificación, ya algunos “líderes de opinión” en México especulan que el próximo presidente mexicano será el que más se parezca a Trump. El colmo.

Aquí, en autorizados recintos académicos, en la gestión de instituciones culturales y algunas nuevas producciones literario-intelectuales, se dan un día si, y otro también, expresiones de análisis de los grandes problemas nacionales. Aparecen, esas elaboraciones, expresamente, frente a las amenazas de La peste anaranjada.

Para los redactores y programadores de los medios electrónicos, y editores de medios impresos, esas manifestaciones, sustentadas en valiosas investigaciones científicas y en opiniones que cuentan, y cuentan mucho, no merecen ni tiempo ni espacio, ni siquiera como “relleno”.

Durante cuatro días, por ejemplo, en la Ciudad de México, en ocasión del Centenario de la Constitución de 1917 y su 75 aniversario, el Seminario de Cultura Mexicana celebró un XIV Coloquio Nacional.

Participaron en esas jornadas, constitucionalistas, historiadores, científicos, escritores, músicos, etcétera. Sus ponencias, obviamente, versaron sobre cada disciplina. No como “incluso”, sino como tema “de palpitante actualidad” se analizó el sistema electoral mexicano en el marco de la Constitución del 17 como marco de referencia.

Una semana antes, asistimos a un foro en la Facultad de Derecho a propósito del régimen constitucional mexicano, en cuyo centro de gravedad estuvo el tema los Derechos Humanos, con extensión a los de los mexicanos amenazados en los Estados Unidos.

En el monitoreo de la información de las dos semanas recientes, aquellos eventos pasaron de noche. Es que, salvo para Trump y algunos martirologios por él provocados,  no había, no hay, tiempos ni espacios para aquellas cosas tan prosaicas.

La soberanía nacional y su merengue, la dignidad, pues, están avasalladas por lo que diga o haga el huésped de la Casa Blanca. Es cuanto.

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