Voces del Periodista Diario

La Política como Misión

Matteo Castagna

 

Por Matteo Castagna
En la sociedad actual, donde todo es entretenimiento, frivolidad hasta la locura, es difícil, también por el ejemplo de algunos o quizás demasiados parlamentarios, creer en la política como misión.
Para la gente del Tercer Milenio, es la inmundicia, la especulación, la clientela, la incompetencia, la falta de seriedad, la dejadez y el hambre de dinero, de la que algunos nunca parecen satisfechos, en la piel de la gente. No es solo indiferencia. Es una imagen bastante extensa la que cierta política da de sí misma, entre la prevaricación, la deshonra, la inmoralidad.
 
José Antonio Primo de Rivera (Madrid 1903 – Alicante 1936)  hijo de Miguel, abogado, en 1933 impulsó la fundación de Falange española, con el programa de un fascismo “nacional y revolucionario”; diputado a las Cortes (1933), se opuso tenazmente al régimen republicano; arrestado (1936), pese a ser reelegido a las Cortes fue juzgado y condenado a muerte.
Tratemos de entender por qué tanta furia por parte de los comunistas y socialistas españoles.
La política para de Rivera es a la vez doctrina y misión, acción y ascesis, resumida en una concepción “militar” de la vida. Siendo el ser la raíz de la existencia -como Aristóteles- Primo de Rivera creía que el hombre se distinguía sobre todo por su “modo de ser”. Consideraba al hombre como “el portador de valores eternos y universales”. “Falange Española considera al hombre compuesto de cuerpo y alma, es decir, lo considera capaz de un destino eterno, portador de valores universales. Por tanto, debe atribuirse el máximo respeto a la dignidad humana, a la integridad del hombre y a la su libertad” (párr. VII de los “Puntos iniciales” de Falange).
Como los hombres, también los pueblos son portadores de relaciones y se distinguen de los demás precisamente en cuanto difieren en lo universal, según su propio destino particular. Por eso el hombre de Tradición es más que el globalismo imperante. Por eso el sistema liberal quiere silenciar, censurar, encarcelar, matar. En nombre de un igualitarismo absoluto antinatural que quisiera imponer la doctrina del  “Pensamiento Único”, nacida de las élites mundiales a través de multinacionales y comunicadores contratados.
José Antonio definió la esencia de la nación con una frase lapidaria: “unidad de destino en lo universal”.
Esta definición se inspira en la concepción teológica y providencial de Juan Donoso Cortés, según la cual la nación es una unidad moral que resume a la vez el pasado, el presente y el futuro en un carácter común: garantía de continuidad entre las sucesivas generaciones y expresión histórica de un destino que responde a una metafísica eterna, a una misión particular que la Providencia ha previsto en el concierto universal de los pueblos. (Escritos y discursos de batalla , editado por Primo Siena, Ed. Settimo Sigillo, 1993)
José Antonio le decía a la Falange el 4/3/1934 en el Teatro Calderón de Villadolid: “Los partidos políticos están llenos de basura; pero, por encima y por debajo de esa basura, hay una explicación profunda de los partidos políticos, que por sí sola debería bastar para hacerlos odiosos. Nacen el día en que se pierde la conciencia de que existe una verdad superior a los hombres, bajo el signo de la cual los pueblos y los hombres cumplen su misión en la vida.
Estos pueblos y estos hombres primero se dividen en bandas, hacen propaganda, se se insultan, se agitan y, finalmente, un domingo colocan una urna de cristal sobre una mesa de la que comienzan a sacar papeles en los que dicen si Dios existe o no y si el país debe o no comprometerse. suicidio. Se forma esa cosa que culmina en el congreso de los diputados”.
El Estado liberal, seguidor de los sofismas contractualistas de Rousseau, presume ser el verdadero “Estado de derecho” simplemente porque pone como fundamento del derecho la representación política resultante del sufragio democrático.
El derecho, por lo tanto, se vuelve ficticio porque no es una categoría permanente de la razón, sino el producto de una voluntad sujeta a las fluctuaciones de la opinión pública que es su fuente y legitimación.
Por eso los deseos (muchas veces desregulados e inmorales) se cambian por derechos. El Estado liberal ha llegado al punto del absurdo: descartando todo dogma se ha convertido en “el dogma del antidogmatismo”, en virtud del cual el liberalismo democrático se convierte en absolutismo democrático, en el que las minorías sólo tienen derecho a callar o se les permite para protestar, pero siempre que no impida que la mayoría haga lo que quiera, aunque sea en perjuicio de sí misma y de toda la comunidad.
Aquí, pues, sin disparar un tiro, la región de centro-derecha del Véneto aprueba la libertad de la eutanasia y el centro de reasignación de sexo. Santo Tomás, en el siglo XIII, sostenía que la soberanía se justifica más por su fin que por su origen. Y el fin de la verdadera soberanía es el “bien común”, la esencia del bien de todos, no el capricho de unos pocos.

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