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Redescubriendo a Antonio Salazar, exmandatario portugués, en sus clave políticas, frente al Imperialismo Internacional del Dinero

Matteo Castagna

 

Por Matteo Castagna

Antonio de Oliveira Salazar nació en el pueblo de Vimiero, en Santa Comba Dao, provincia del interior centro-norte de Portugal, el 28 de abril de 1889. Creció en el seno de una familia campesina de extrema devoción.

El 5 de octubre de 1910, Portugal fue golpeado por una revolución republicana masónica, por lo que se sucedieron 45 gobiernos al frente del país; el liberal-republicano jacobino, salvo el feliz paréntesis de Sidònio Pais en 1917, fue un período de turbios acontecimientos y caos. Alfonso Costa, líder del partido republicano, retoma las ideologías y motivaciones jacobinas – como testimonia L. Torgal en su “Antònio José de Almeida ea Republica. Discurso de una vida ou vida de um discurso”, Temas e debite 2005, pp. 96-97.

Durante los primeros años de gobierno, el partido republicano avanzó hacia tres orientaciones: a) Legislación anticlerical; b) Legislación especializada en las llamadas “libertades públicas”; c) la legislación sobre educación laica. Cualquier referencia a eventos actuales es puramente necesaria e intencional.

El intento de subordinar la Iglesia a la ética laica, disfrazada de propaganda a favor del mero separatismo entre Estado e Iglesia, llevó a los católicos a organizarse en Asociaciones como, por ejemplo, a partir de 1917, el Centro Católico Portugués.

Se consideraba que la era liberal de Costa se basaba en los principios de la licencia escandalosa y el agnosticismo; la estrategia política liberal era, en efecto, capaz de avanzar con “maldad maquiavélica” –como escribió A. Guimares en su “A verdade sobre Alfonso Costa”, edicao do autor 1935, p. 7.

Mientras que Lisboa fue el centro cultural fundamental del movimiento republicano, Coimbra, por el contrario, fue sede de los movimientos lusista y estanovista. El frente contrarrevolucionario se había formado en Galicia, pero fracasó su intento de golpe de Estado el 7/6/1912, lo que obligó a refugiarse en Bélgica, cerca de Gante.

En este contexto nació el “Integralismo Lusitano”, expresión utilizada por Luìs Braga en la revista “Alma Portuguesa”.

El programa fundamentalista portugués tenía como objetivo primordial la superación de la república liberal, considerada producto de ideologías subversivas e ilustradas importadas, por lo tanto íntimamente anti-portuguesa y anticatólica, y la restauración de la monarquía tradicional, interrumpida, según los fundamentalistas visión, en 1834, con el establecimiento del constitucional, fundado en los principios de la revolución francesa.

Como puede verse, la democracia cristiana lusitana tenía raíces y perspectivas antítesis de las liberales, conciliatorias y semisocialistas de las democracias cristianas italiana, francesa y alemana.

El programa de Salazar apuntaba a un monarquismo orgánico universalista, fundamentalista y tradicionalista, basado en una perspectiva de descentralización administrativa y financiera, centrada en la autonomía de los centros periféricos.

El Rey, punto de apoyo de todo el cuerpo, tenía la función de gobernar, no de administrar, gracias a un sistema simplificado dado por una serie de amplias autonomías locales.

Gracias al apoyo del Ejército, dependiente del General Carmona, entonces presidente de la República, Salazar asumió la jefatura de gobierno en 1932, apuntando a la creación de un estado corporativo.

La crítica lusitana al fundamentalismo en el Estado Novo salazarista fue la típica crítica firme de la ortodoxia dogmática monárquica, descentralizadora y maurrassiana frente al pragmatismo cristiano republicano y “totalitario” del salazarismo.

Si en el plano doctrinal el “nacionalismo integral” de la escuela maurrassiana parece alejar al Estado Novo del régimen fascista (“Todo para la nación, nada contra la nación”: era un leitmotiv salazariano), en realidad, en el A nivel práctico, incluso en Portugal fue el Estado –definido como no totalitario, sino de “concepción totalitaria”– el que empujó al pueblo a recuperar la plena independencia económica y nacional y luego a marchar hacia el corporativismo realizado, como antítesis del nihilismo y la secularización. .

El Portugal salazarista sería así más un ejemplo histórico de Estado fascista, corporativo y anticapitalista que un ejemplo de Estado católico conservador clásico del siglo XIX.

Salazar siempre fue de carácter solitario y melancólico. La imagen más realista que nos ha quedado de él es que gobernó cristianamente al pueblo portugués durante décadas como si estuviera escondido en la celda de un monje.

Para los nuestros, el hombre nuevo debería haber sido real, tanto político como económico, santo y luchador. Gracias al corporativismo, regulado por la decisiva intervención de S., en Portugal, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se cernía la amenaza de la penetración económica americana, se frenó la agresión financiera del supercapitalismo mundial.

Con notable perspicacia táctica y política, Salazar logró afirmar el principio de soberanía económica y protección de la producción nacional, frente al juego de intereses financieros y especulativos externos, respetando el Quadragesimo Anno del Papa Pío XI y antes la Rerum Novarum de León XIII.

Finalmente, se conocen los elementos sobre los que se actuó la Universidad Católica de Milán, identificando sustancialmente el corporativismo católico y el de Salazar o el italiano: Arias trazó paralelismos entre el tomismo y el corporativismo, el padre Gemelli y Amintore Fanfani se prodigaron en aplausos respecto a los “méritos religiosos” de las corporaciones fascistas (cf. G. Rumi, el Padre Gemelli y la Universidad Católica, en “Modernismo, fascismo, comunismo”, ed. Il Mulino 1973, pp. 228-229).

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