Voces del Periodista Diario

Chile: la deuda de Estados Unidos y el genocida arropado

Ojo Público
Por Norberto Hernández Montiel

A 50 años del brutal golpe de Estado que dirigió desde las sombras el gobierno de Estados Unidos contra el presidente de Chile, Salvador Allende Gossens, quedó clara la injerencia de Richard Nixon y Henry Kissinger, presidente y secretario de Estado, respectivamente, en el torrente de violaciones a los derechos humanos, desde 1973 hasta 1990, bajo la dictadura de Augusto Pinochet.

Feroz anticomunista, candidato presidencial derrotado por John F. Kennedy en 1960 y también por el demócrata Pat Brown, en su intento por ser gobernador de California, Nixon no desistió en sus aspiraciones y fue electo presidente en 1968, después de la gestión de Lyndon Johnson, quien sucedió a Kennedy, después del magnicidio perpetrado el 22 de noviembre de 1963, en Texas.

Johnson ganó la triste celebridad de ser quien metió de lleno a Estados Unidos en la guerra de Vietnam, además de que fue presidente cuando se perpetró en México la matanza de estudiantes y población en general el 2 de Octubre, en la Plaza de las Tres culturas de Tlatelolco, en 1968.

Por aquellos años había una gran fiebre anticomunista entre la derecha de todo el Continente Americano, azuzada por Estados Unidos, ante el triunfo de la revolución socialista en Cuba, el año nuevo de 1959 y el intento de Ernesto Che Guevara, de iniciar otra revolución en Bolivia, donde fue apresado, el 8 de octubre 1967, y ejecutado al día siguiente. Involuntariamente, los asesores estadounidenses del gobierno boliviano de entonces, convirtieron al Che en una leyenda internacional. El mundo, y sobre todo América Latina, se hallaba en lo más cruento de la llamada guerra fría.

Esta apresurada panorámica da contexto a lo ocurrido en Chile, el 11 de septiembre de 1973, después del triunfo electoral, y por tanto pacífico, de un movimiento de izquierda, en este entrañable país de América del Sur.

Salvador Allende Gossens había sido diputado y candidato a la Presidencia de su país en tres ocasiones sucesivas, 1952, 1958 y 1964, antes de postularse y ganar en 1970, por la Unidad Popular, una coalición de partidos de izquierda, cuando por fin vio coronada su perseverancia, ratificada por el Congreso Nacional.

Desde los primeros días de su gobierno Allende fue atacado a través de diversas formas de boicot, promovidas por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos. Uno de los más recordados fue el de los dueños de empresas de transporte público, en todo el país, el cual ocasionó enfrentamientos violentos entre partidarios de derecha e izquierda.

Por medio de este sabotaje se intentó paralizar las actividades económicas, a partir octubre de 1972, pero ante los problemas económicos que tuvieron sus promoventes, y la solidaridad del pueblo, que prestó sus propios vehículos, incluyendo hasta tractores, aportados por campesinos, el boicot sólo dio para alrededor de un mes.

Con la desclasificación de archivos de la CIA, quedaron al descubierto varias operaciones que esta agencia llevó a cabo soterradamente en Chile, hasta que finalmente llegó el 11 de septiembre de 1973. Menos de un año antes, Allende había realizado una visita a México, invitado por el entonces presidente, Luis Echeverría Álvarez, quien trataba de legitimarse, después del halconazo de 1971, además de quitarse la sombra de 1968.

Por ese motivo, y las grandes expectativas que había despertado en México el gobierno de la Unidad Popular, muchos mexicanos sentimos el bombardeo del Palacio de La Moneda como si se tratara de Palacio Nacional, en pleno Zócalo de la Ciudad de México.

Saber de la muerte del presidente Salvador Allende, después de haber leído las notas sobre su histórico discurso en la Universidad de Guadalajara, de tener referencias de la gente que estuvo ahí, presente, fue una experiencia muy dolorosa.

No obstante, el horror no terminó ahí. Vinieron los testimonios respecto al asesinato del compositor y cantante Víctor Jara, a quien antes de matarlo le mutilaron las manos. Su canción, “Te recuerdo, Amanda” en su fantástica brevedad, se convirtió también en un recuerdo que punzaba el alma.

Y los relatos de las atrocidades proseguían. A lo largo de los 30 kilómetros que recorre el río Mapocho por la capital, Santiago de Chile, se multiplicaban las voces de personas que veían los cadáveres flotando, en imágenes de pesadilla. Violaciones contra madres de familia que temían por las vidas de hijos e hijas. Además de soportar el oprobio, todavía tenían que asegurar, frente a presuntas organizaciones de derechos humanos, que los mismos violadores las habían tratado bien, mientras ocultaban las quemaduras con cigarros que se les habían infligido.

El odio de Pinochet siguió derramando sangre y sus persecuciones llegaron hasta Estados Unidos. Orlando Lettelier, ex ministro de Defensa de Salvador Allende, quien había sido secuestrado y torturado inmediatamente después del golpe de Estado, fue liberado y vivió en Estados Unidos, hasta el 21 de septiembre de 1976, cuando fue asesinado en un atentado que presumiblemente perpetró la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA) de Pinochet, por medio de un bomba colocada en su automóvil y accionada a control remoto, en pleno Washington, D.C.

El Premio Nobel de Literatura, Pablo Neruda, orgullo nacional de Chile, murió el 23 de septiembre de 1973, a menos de un mes del golpe de Estado. Su casa había sido allanada y saqueada por los militares, al igual que las de muchos integrantes o simpatizantes de la Unidad Popular.

Es necesario reconocer al embajador de México en Chile, Gonzalo Martínez Corbalá, quien asiló a cientos de chilenos en la legación nacional, entre ellos se hallaba la familia de Salvador Allende. El diplomático ejerció una férrea defensa del derecho de asilo, frente a la sanguinaria dictadura militar.

El 16 de octubre de 1998, el dictador Augusto Pinochet fue detenido en Londres, gracias a una orden del juez de la Audiencia Nacional de España, Baltasar Garzón, por los delitos de genocidio, terrorismo internacional, tortura y desaparición de personas. Estuvo preso hasta el 2 de marzo de 2000, cuando el ministro inglés del Interior, Jack Straw, para su propia ignominia, ordenó su liberación.

Tantos, tan terribles recuerdos se agolpan, ante la proximidad del 11 de septiembre, en el 50 aniversario del golpe de Estado que precedió al genocidio.

 

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