Voces del Periodista Diario

Lecciones de los 19 de septiembre

Ojo Público
Por Norberto Hernández Montiel

Los sismos de los días 19 de septiembre nos han dejado lecciones que tendemos a olvidar. Los años de 1985, 2017 y 2022 definitivamente nos han recordado la fragilidad de nuestras vidas; por ello es necesario, para quienes habitamos zonas sísmicas, desarrollar una cultura que nos permita estar preparados antes, durante y después de un sismo, con el fin de afrontar el desastre en las condiciones menos desfavorables.

En la gestación de esta cultura resulta de primer orden la participación de las redes sociales y los medios de comunicación masiva, principalmente radio y televisión, que podrían difundir información vital para sus audiencias, más allá del entretenimiento banal.

Primeramente, en lo personal, debemos asumir y recordar que vivimos en un lugar en el que puede haber un terremoto en el momento más inesperado. Por ello, antes de que se presente la emergencia requerimos hacer un recorrido crítico por los lugares en los que pasamos la mayor parte del tiempo, que son la casa y el trabajo.

Durante esta inspección es necesario que pongamos énfasis en el mobiliario pesado que colocamos en forma vertical, por ejemplo, libreros, cómodas, refrigeradores o cualquier objeto que pueda caer y obstruir el paso hacia la puerta, en caso de que nuestra localidad no cuente con alarma sísmica y el movimiento tectónico nos tome por sorpresa. Todos estos objetos deben estar sujetos a las paredes. También es necesario cerrar las llaves del gas antes de salir.

La siguiente sugerencia es tener a la mano una mochila en la que debemos colocar toda la documentación importante y difícil de reponer. Los papeles se pueden sustituir, de preferencia con una memoria para computadora o USB, en la cual tengamos escaneado lo básico, con el fin de que tomemos esa mochila al salir de donde nos hallemos. Casi todos los habitantes de la Ciudad de México tenemos ya ubicado un lugar al que salimos en caso de sismo.

También es necesario que preveamos el colapso o la caída de las redes sociales, la comunicación telefónica y el transporte, durante horas o días. Por ello debemos acordar con la familia el encuentro en algún punto previamente establecido. En lo personal, el 19 de septiembre de 2017 tardé cuatro horas en llegar de las inmediaciones de la Basílica de Guadalupe, donde me encontraba, a las del Colegio Rébsamen, en el sur de la ciudad.

Ese día se interrumpió el servicio del Metro en varias estaciones y el transporte, tanto privado como público, se hallaba atascado, porque todos queríamos ir en busca de nuestros seres queridos, de quienes no sabíamos gran cosa, además de que la comunicación telefónica estaba saturada.

El punto siguiente está relacionado con nuestra seriedad ante la prevención. Durante los sismos de 2017 y el de este año, viví los simulacros en dos instituciones públicas distintas, pero en ambos casos la actitud del personal que debía involucrarse en los ejercicios fue apática, muchas veces.

En 2017 estuve en la alcaldía de Gustavo A. Madero, donde el personal, en su mayoría, tomó el simulacro a la ligera, e inclusive en broma. Los responsables de Protección Civil informaron que la evacuación del edificio sede de la demarcación tardó cerca de cuatro minutos, en lugar del minuto y medio que era lo ideal.

La gente se tomó demasiado tiempo para dejar las instalaciones, pero de cualquier modo, el simulacro sirvió, porque al sonar la alarma, cuando se supo que el sismo era inminente, el desalojo del gran edificio se llevó a cabo en forma rápida y ordenada.

Durante el simulacro de este año me tocó estar en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), donde pude ver que los encargados de Protección Civil tuvieron que insistirle mucho a varios trabajadores para que abandonaran sus puestos, en tanto se nos ordenaba a pacientes y familiares que permaneciéramos en nuestros lugares, en espera de instrucciones que nunca llegaron, porque primero se estaba verificando que el personal evacuado se hallara completo en los puntos de reunión. Se perdió tiempo muy valioso respecto a los pacientes.

Por ese motivo es indispensable que se establezcan protocolos claros y precisos, a través de los cuales se tomen en cuenta la altura de los edificios, los lugares más seguros, el tiempo de evacuación y otros factores que los expertos en Protección Civil conocen.

El 1 de octubre de 1987, durante un tiempo de estancia en Los Ángeles, viví un sismo de 6.1 grados, con epicentro en Northridge, California. No había alarma sísmica, e ignoro si la haya ahora. El movimiento fue trepidatorio con saldo de seis personas muertas y 200 heridos, construcciones incendiadas, dañadas y unos cuantos derrumbes.

Los habitantes del estado de California, me enteré entonces, viven esperando el “big one”, el gran terremoto que destruirá varias ciudades que se localizan en la costa oeste, sobre la Falla de San Andrés, entre las cuales se hallan Los Angeles y San Francisco.

A pesar del fatalismo implícito en la actitud con la que aguardan el “big one”, la televisión californiana, por lo menos en esa época, difundía entre los televidentes instrucciones como las que mencioné al principio de este texto, con el fin de evitar el incremento en el número de víctimas por causas que se pueden evitar.

Las mínimas propuestas que hice pueden ser enriquecidas por expertos en Protección Civil, quienes aportarían protocolos para instituciones públicas, medidas de seguridad familiares y otras formas de contribuir al fomento de una verdadera cultura anti desastres relacionada con los movimientos telúricos.

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