Sinfonía Telúrica
Por Abraham García Ibarra
Mientras permanezca la Tierra, no cesarán la sementera y la siega; el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche.
Según El Génesis, esas fueron las palabras de Jehová a Noé, después de que el santo varón le ofreció el holocausto en agradecimiento por el salvataje del Arca, que se mantuvo a flote cinco meses después del diluvio universal.
El cuervo falló en su misión de exploración. Fue una paloma la que, en segundo vuelo, retornó a cubierta con una rama de olivo en su pico. No tenemos moraleja para ese desenlace. El párrafo es la moraleja.
Dos mil 300 años datan aquella leyenda. Se pierde en la noche de los tiempos el número de guerras y pandemias que desde entonces han postrado a la humanidad y, en cada catástrofe, se ha anunciado la extinción del planeta. A pesar de todas las ofensivas depredadoras del hombre, la Tierra sigue girando alrededor del Sol, y los niños siguen naciendo.
El hombre que ponía huevos
En nuestras lecturas contra el estrés, tenemos un pequeño volumen bajo el titulo El hombre que ponía huevos. Los editores de su autor, nuestro paisano Rubén Rubín, incluyeron en la colección el cuento Los cuervos están de luto, puesto en foros teatrales y la pantalla grande por geniales adaptadores y directores mexicanos.
Para decirlo pronto, el relato gira en torno a un moribundo de posibles, que finalmente entrega su alma al creador. No terminan de contratarse los servicios funerales y sus potenciales herederos se ponen a la greña por el legado, revoloteando sobre el féretro.
Es la Señora Codicia la que entra en acción. Lo que sigue no es una metáfora: La segunda parte de Los cuervos la estamos viendo en México y en el mundo: Los buitres de la especulación económica y política le sacan filo a sus picos y sus garras para hincarlos sobre los despojos humanos. Contra El síndrome de Constantino no hay vacuna. Es cuanto.